Leo, luego escribo

Noé Almaguer

Hace unos días conocí a una escritora, de cuyos versos no quiero acordarme, que, en una conversación que sostuvimos, hizo alusión a varias cosas, entre las que me hicieron ruido su fatua —vanidosa— forma de expresarse de sí misma, casi de manera inocente, puntualizando que era una escritora que hacia sentir cosas a sus lectores, que se le acercaban para agradecerle su forma de conmoverlos, que ella escribe de tal forma y de tal otra, que ella es amiga de tal escritor y de tal escritora, que ella no tiene filtros y va a transmitir las cosas sin tapujos, que ella no es como muchos y va a decirte la cosas como son. 

También refirió que, aunque ha recibido rechazos a lo largo y corto de su carrera, nunca le han dicho malas críticas, y que si las recibiera no permitiría que alguien le dijera que no puede.

Y después, ante mi pregunta de cuáles eran las autoras y autores que la habían formado, respondió primero que no se consideraba una buena lectora, porque resulta —pavorosamente curioso— que ella, escritora que va por su tercer libro, casi no lee. Y dijo después que los autores a los que se acercaba cuando leía eran (aquí una lista exigua de autores que desconozco). Que son escritores amigos de ella y reconocidos contemporáneos. 

Los tres puntos anteriores me recordaron algunos textos de la escritora argentina de periodismo narrativo, Leila Guerriero. Y si la cito abusivamente en mis textos es porque creo de forma devota que habla y escribe con asertividad. 

El primero se titula Sálvame y habla, a manera de plegaria, sobre las cosas que ella quiere evitar como escritora. Y que todo escritor debería considerar imitar. Resalto a continuación unos fragmentos:

Sálvame de pronunciar, alguna vez, las frases “porque mi libro”, “según mi obra” o “como ya escribí yo en 1998”. 
Sálvame de estar pendiente de lo que digan de mí […]
Sálvame de la humillación de transformarme en mi tema favorito, del oprobio de no darme cuenta, de la vergüenza de que nadie se atreva a advertírmelo. 
Sálvame de esperar que lo que escribo –o digo– le importe a mucha gente. 
Sálvame de la adulación. Sálvame de escuchar sólo lo que me hace bien, y de despreciar todo lo que no me alaba. 
Sálvame de necesitar la mirada de los otros. 

Otro texto lleva por título Leer para escribir y aborda la relación imprescindible entre la lectura y el oficio de escribir. Leila asegura que ningún oficio creativo se alimenta solamente del oficio que se ejerce, que no es endogámico, y que los artistas se empapan de música, de pintura, de cine, de danza, de libros, etc. Y explica que se aprender bastante a escribir bien exponiéndose a la economía de recursos, a la parquedad asesina, a la severidad marcial, a la sensualidad desencantada, a la hemorragia argumental, a la tristeza tenue, a los rulos barrocos y a la crudeza desencajada de ciertos autores que saben decir, de forma efectiva, lo que tienen por decir. 

A su vez, detalla que estos escritores y escritoras escriben tan bien porque se embarraron en múltiples disciplinas artísticas y se zambulleron en mínimo cientos de lecturas. 

Por tal razón Guerriero se pregunta: qué suerte de malsana indiferencia hace que alguien dedicado a escribir no sienta ningún interés por la obra de autores como ésos

Y agrega con una seguridad categórica al final del texto: 

Querer escribir y no querer leer no sólo es un contrasentido. Querer escribir y no querer leer es una aberración. Es, sin salvar distancia, como querer ser periodista y no tener curiosidad.

Después de ésto, dejo que los textos hablen en el contexto inicial y que el lector haga sus conclusiones.

Y sin embargo, quiero puntualizar que no hay una sola forma de ser lector y que no debe imponerse ninguna, a pesar de que el mundillo literario –que tiene más de mundillo que de literario, como sentenció Carlos Ruiz Zafón– diga y haga lo contrario. Y aún así, reafirmo las palabras de Leila: si alguien quiere dedicarse a la escritura es coherente que tenga una pasión amatoria por la lectura. 

Ahora bien, ¿Se ocupa leer mucho para ser escritor? Como ha ejemplificado la escritora que mencioné al inicio, evidencia que no. Escribir y leer son dos cosas diferentes. Es más, su escritura va dirigida a cierto publico lector. Pero si se quiere escribir y tener algo que decir y saber cómo decirlo, y que en ese decirlo vaya la fe, la zozobra, la dicha y el ahogo transmitidos hasta el estremecimiento abyecto y noble, entonces los votos de amor con la lectura y las otras disciplinas son inexcusables. 

Si bien la lectura se hace principalmente por entretenimiento y aprendizaje, nunca está de más leer para tener otra interpretación del mundo, para saber desenvolvernos en él, para poder oponernos a él, para saber cuándo hay que rendirnos ante él.

Se lee también para saber asumir el dolor, para admitirnos solos, para aceptarnos en compañía, para intuir cómo caer, cómo erguirnos, para no olvidar, para saber vivir. Para aunque sea intentarlo. 

Leo, luego –pese al pesar, pese a mucho– vivo.


Imagen de portada: Imagen de Pexels en Pixabay.

Noé Almaguer Zúñiga

Originario de Irapuato. Estudió en la facultad de Literatura y lenguas hispánicas. Radica actualmente en Morelia, Michoacán. Se dedica a la gestión cultural por medio de la labor libresca, intenta no dar pataleadas de ciego en el campo de la creación literaria. Amante de la novela negra y lee con devoción a Roberto Bolaño y Leila Guerriero. A partir de ahí siente el compromiso de mirar agudamente y narrar lo visto. No disfruta escribir pero sí cuando termina de hacerlo.

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