Leer mata de Luna Miguel

Ángel Hurtado

Leer no es vivir muchas vidas
leer es que te den una paliza.” (aquí duele).
Luna Miguel

Recuerda perfectamente la primera vez que un libro le hizo llorar, pero recuerda, sobre todo, su incapacidad de comprender la razón del llanto, el arrebato de la respiración, la palabra atravesando un lugar que no sabía que existía, que tenía, un lugar por el que ha hurgado a lo largo de los años, un lugar que sus dedos no tocan todavía.

El llanto ha sido para Él algo inherente a la lectura, desde los 13 años que empezó a leer (es ahora cuando cae en la cuenta de lo mucho que ha pasado desde entonces) hasta esta mañana (y las que quedan aún por habitarle) en que decidió que necesitaba escribir sobre Leer mata, de Luna Miguel. 

Recuerda que no siempre fue así, no de la misma forma, se da cuenta de que con el tiempo la lectura (le)duele cada vez más. Piensa en el tiempo en que la depresión lo hundía lenta y profundamente en las arenas movedizas de su cama. En ese tiempo no hacía mucho, intentaba terminar mediocremente la licenciatura en lengua y literaturas hispánicas, no escribía nada, leía mucho, lloraba mucho. Recuerda que, de vez en cuando, tomaba valor para salir de fiesta con sus amigos, intentaba de verdad pasarla bien. Pero en medio de esas fiestas, encontraba siempre un momento, después de que todos llevaban ya unas cuantas caguamas, para leerle a sus amigos, un poema, medio capítulo de una novela o cuento, tres párrafos de algún ensayo. Hacía su mejor esfuerzo para leer en voz alta, recuerda sobre todo los poemas de Elisa Díaz Castelo, párrafos de diferentes libros de Roberto Bolaño, pero pese a los esfuerzos, jamás lograba terminar la lectura, las palabras se le amontonaban entre el pecho y la garganta y se convertían en llanto, en dolor. Al ver esa situación, cualquiera habría imaginado que Él necesitaba un abrazo, lo cierto es que lo único que le hubiera gustado, es que alguien más llorara, saber que a alguien más también le dolía.

Luna (Ella) dice: “Lo que quiero es mostrarte cómo la lectura me incapacita ahora para la vida. No me interesan esos debates sobre si leer nos hace mejores o peores. Tampoco me interesa adivinar si nos vuelve amables, si nos otorga vínculos más poderosos o si nos hace fingir vidas distintas. Quiero hablar de la incapacidad. De la dolencia. Quiero hablar de cómo leer no nos ayuda a sobrevivir. No sobrevivimos. En todo caso sobrellevamos la idea de nuestra desaparición. Leer no me cura. Tampoco me previene. Leer es un modo de no estar. Desaparezco. Pienso mal.” (aquí duele).

La incapacidad en que la lectura le dejaba y el intento de saltar de la azotea del edificio en el que vivía, lo hicieron decidir tomar terapia con un psicoanalista. A Él no le gusta mucho hablar, mucho menos hablar de sí mismo, su terapeuta le ha pedido hablar de lo que sea durante las sesiones, hablar, hablar y hablar hasta que se agote el tiempo o logre decir algo trascendente (tal vez escribir, piensa, sea algo parecido a una terapia de psicoanálisis). Ante el silencio que le embargaba, decidió empezar a leerle a su psicoterapeuta, intentar encontrar una respuesta, decirle que leer le duele como la mismísima chingada y que quiere entender por qué. La literatura, piensa Él, es también una puerta que abre otras. Le ha leído, entre otras cosas, muchas partes de “Desierto sonoro” de Valeria Luiselli, algunos poemas de Elisa Díaz Castelo, intentó leerle el prólogo de los cuentos completos de Roberto Bolaño escrito por Lina Meruane pero lloraba mucho y no pudo terminarlo. Recuerda sobre todo esos versos de Elisa: “Todo era demasiado y me dolía, el más mínimo acorde, el color rojo” y el momento en que se los leyó y después de llorar bastante, pudo decir entre sollozos: me duele esto, aquí me duele…

Lleva aproximadamente un año y medio yendo a terapia, no ha sido el mejor paciente, lo confiesa, ha faltado en varias ocasiones, sobre todo por darle prioridad a los gastos de la despensa, o porque, simplemente, la mayor parte del tiempo siente que no tiene nada que decir. El psicoanálisis hasta ahora, su psicoterapeuta, no le han dado una respuesta, una razón de por qué leer le lastima tan profundo. Él sigue buscando una respuesta.

En medio de esta búsqueda, y de leer muchos libros sobre leer, hace unas semanas encontró en una de sus librerías favoritas Leer mata de Luna Miguel, desde sus primeras páginas ha logrado sentirse identificado, Ella lo ha hecho llorar en muchas ocasiones, no se puede escribir un libro que hable sobre cómo leer lastima sin lastimar a quien lo lee, piensa Él. El libro le ha encantado. Unos días después, encuentra en internet un anuncio sobre un club de lectura de Leer mata en su ciudad, Él necesita compartir con alguien su lectura, necesita saber que a alguien más le duele necesita, sobre todo, llorar con alguien en medio de este mundo. Intenta inscribirse al club de lectura, lectura compartida, lectura en grupo, lectura orgiástica, lectura terapéutica, pero por alguna razón que no conoce, le han negado la entrada al club de lectura. La literatura, piensa Él, es también un portazo en la cara.

Lo cierto es que las cosas para Él han ido mejorando, la vida duele menos, pero no puede decir lo mismo de la lectura. Luna (Ella) dice: “La vida no es para ella una novela, la vida es solo vida, y tal vez sea eso lo que duele. Tanta irrelevancia.” (aquí duele). Al igual que Ella, Él intenta compartir sus lecturas con la mujer que ama, recuerda en esta etapa más amable dos frases del libro, la primera: “quizá el problema de la lectura amorosa es que también es una lectura distraída. No sabe leer, sólo sabe devorar. Es probable que tampoco sepa amar.” (aquí duele). Y la segunda: “se tienen el uno al otro. Quererse les recuerda que hay una posibilidad de vida fuera del papel.” (aquí llora). Ella menciona al más armonioso de los coitos en un trío que tuvo acompañada de su amante y de su amiga, después de leer esto Él sonríe, lee esa parte para la mujer que ama y la mujer que ama sonríe (aquí ríen).

Hace unos días después de decir algunas cosas sobre la lectura en Twitter, alguien le preguntó en qué sentido la literatura lastima, Él no supo o no quiso responder, ese mismo día terminó de leer Leer mata y lo cierto es que no encontró una respuesta, no todavía, empieza a resignarse, es probable que jamás la encuentre. Mientras escribe esto, espera ansioso que llegue el miércoles, ese día irá a terapia de nuevo, sabe que no hablará mucho, pero sabe que le leerá, o que intentará al menos, leerle a su terapeuta lo siguiente: “Cuando cierra un libro bueno, llora. Cuando muere un personaje malo, llora. Lectora suicida. Cuando lee, en general, llora (aquí se le saldrán unas lágrimas), y como que muere (aquí tendrá que detenerse unos segundos a respirar profundo para poder enfrentar el resto del párrafo), y también le pasa algo así de raro como que la vida no tiene sentido (aquí sabe que ya no puede seguir leyendo, pero lo seguirá intentando) porque lo que importa del texto es solo el texto. Porque ojalá dejara de respirar (aquí, pensará: ojalá).” Al terminar, sólo podrá decir: me duele esto, aquí me duele…

Sabe que, una vez más, no tendrá respuesta. Está desesperado, quiere entender por qué le duele tanto, quiere entender por qué las palabras lo atraviesan y lo rompen en pedazos y lo convierten en agua que no se bebe, quiere, sobre todo, entender cómo es posible que una oración compuesta sea capaz de herirlo tanto, entender por qué estos malditos objetos rectangulares de papel lo dejan tan vacío quiere, de verdad, con todo su ser, alejarse por completo de los libros, mandarlos a la chingada para no volver a saber nada de ninguno, que nadie nunca jamás vuelva a recomendarle un libro, que nadie le lea en voz alta ni a susurros cerquita, en el oído, quiere, en el mejor de los casos, que la lectura sea eso que dice tanta gente, ese disfrute aburguesado que llena el alma, que se vayan a la mierda los que dicen que leer es eso, leer corta, leer golpea, leer lastima, leer mata, y sabe que si no se detiene y se olvida por completo de la literatura, leer lo va a matar más pronto de lo que le gustaría, porque claro que quiere morirse pero todavía no, porque hace mucho que no va al mar y necesita también leer sobre la arena y tirar un libro en el agua como venganza, y que se joda la literatura y la lectura, pero ya es muy tarde, las únicas certezas que posee son, que ya es muy tarde y que ya no hay vuelta atrás, que todavía tiene varios libros a la mitad y otros que lo observan desde los estantes esperando, sabe, que por más que quiera dejar de llorar y evitar la muerte, Él ha elegido este camino.


Ángel Hurtado

(Morelia 1999) egresado de la licenciatura en Lengua y Literaturas hispánicas por la UMSNH, librero y promotor de lectura.

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