Curar la vida

Ernesto Hernández Doblas 

¿Para qué poesía en tiempos de sordera? ¿Cómo es la poesía cuando las palabras son derroche de sombra entre las sombras? ¿Quién está detrás del poema en la soledad del mundo? ¿Son las palabras música indiscreta del silencio? ¿Para qué poesía en tiempos de mercado? 

Escribir poesía es también asunto de un pensar. De un penar y de un pesar los equilibrios entre lo decible y lo que solo se resuelve en grito, balbuceo, puño en alto. Cada escritor va dibujando en cada página el rostro ambiguo pero luminoso de su biografía interior. Además, con el pasar del tiempo y los renglones, va encontrando sus cómo y sus para qué.

A golpe de reloj y tinta, tiene lugar la  creación de una poética. Aquella que surge a condición de que la escritura sea con sangre y pensamiento. La pregunta sobre el para qué de nuestra vocación llega tarde o temprano. Sin previo aviso nos asalta, ya sea en mitad de nuestra actividad o en esos momentos de ocio que suelen ser propicios para recibir frutos maduros, cosecha de incertidumbres, vástagos de luna y sol. 

La poesía con más poderío en cuanto a fondo y forma, es la que va por el camino de sus espejos haciéndose preguntas, como el torero frente la puerta de toriles. En esa sucesión de instantes previos a la salida del toro que habrá de enfrentar, para resolver en giros de vida y muerte las apuestas del espíritu.  

Chantal Maillard, filósofa, ensayista y poeta oriunda de Bélgica pero de nacionalidad española desde 1969, ha conformado en los últimos años una de las trayectorias más excepcionales en lengua castellana. Más de treinta libros entre la prosa y la poesía llevan su nombre y su estilo de mujer que piensa, siente y se expresa con delicada rotundidad. 

Se trata de una de esas obras que muestra su luminosidad frondosa con cariz de permanencia. Además de profunda es vasta, además de compleja es manantial de frescura a la que cualquier persona puede acercarse, sobre todo a sus muchos momentos de electrizante sencillez.   

No solo cruza los umbrales de varios géneros sino que los mezcla y confunde hasta lograr libros anfibios y heterodoxos pero siempre deslumbrantes. No es un ánimo experimental el que conduce la personalidad híbrida de sus textos, más bien la serenidad y lucidez de quien descorre los velos de la diferenciación para descubrir su falsedad o por lo menos inexactitud.

Poema y ensayo se dan la mano, se comparten sus secretos. Autobiografía y narrativa acercan sus imanes. Cuaderno de viajes y misticismo se quitan sus máscaras para ponerse nuevas. Inclasificable pero contundente. Diversa pero conducida con una misma delicadeza de filósofa poeta. 

En una entrevista que se le realizó en el sitio web lamarea.com durante los primeros meses de este año, con motivo de la publicación de su poesía reunida, respondió con puntualidad respecto a qué y cómo puede entenderse lo que es la poesía: “Hacer versos se aprende fácilmente, contorsionar la lengua, también, pero sin núcleo no hay poema. Y esto es lo difícil. Porque para ello hace falta, ante todo, una disposición. Aprender a disponerse requiere mucha paciencia y una gran dosis de vaciamiento. Disponerse es ponerse a la escucha, no de la verborrea mental, no del yo que se expresa a través de ella, sino precisamente de lo que no es la mente”.

Escribir, es el título de uno de sus poemas de largo aliento, publicado en el 2004 dentro del poemario Matar a Platón que ganó el Premio Nacional de Poesía en España. En este escrito responde (se responde), algunas de las interrogantes sobre su vocación. Deletrea una poética. Diáfana, profunda y serenamente abre el telón de sus reflexiones alrededor de la escritura. El texto entonces es la puesta en escena de una Penélope tejiendo y destejiendo imágenes, ritmos, conceptos.

Escribir fue creado en medio de las dificultades que le atrajo el cáncer. En abril del 2003, su hijo Daniel se suicidó. Sin estas referencias, el poema brilla con luz propia, pero con ellas, se convierte en un alto y poderoso proceso de alquimia que nos comparte sus perlas extraídas de lo oscuro.  

Como resultado del análisis del texto mencionado, descubro tres pilares del sentido y la razón de ser que para Chantal Maillard tiene la escritura. La escritura como método de sanación. La escritura como rebeldía. La escritura como acto de unión entre el individuo y la colectividad.

Esos tres aspectos hacen su aparición en las primeras dos páginas y a lo largo de las doce que ocupa su poema, se repiten e intercalan. La primera persona del singular es quien lleva la voz de los versos, bordea lo autobiográfico, se dirige a un yo y a un nosotros, tiende puentes, se repliega y vuelve a iniciar su ritornelo: escribir.  

Primer párrafo. La contundencia de lo breve y conciso que no por ello hurta lo emotivo. El inicio de la poética que a lo largo del poema mostrará sus huellas, sus figuras, sus intenciones de ser una onda que en el agua de la página se agranda y a la vez se concentra. La poeta se mira en un espejo en donde cabe el mundo.

Escribir
para curar
en la carne abierta
en el dolor de todos
en esa muerte que mana
en mí y es la de todos

Nada como la sencillez del dolor. Nos volvemos humanos a partir de lo que nos amenaza. El arte, antiguamente magia o chamanismo o cántico o danza o ritual de invocación, ha tenido desde entonces la posibilidad de ser oxígeno en los naufragios, bálsamo o revulsivo pero en ambos casos transformador. 

Chantal Maillard, palabra en mano, recorre los senderos del dolor en varias de sus modalidades, ya sea como angustia, resplandor de muerte, sed de llanto, cansancio de vivir o mordedura de la enfermedad. Aún en medio de ello, justo a causa de estar en medio de ello, lo que brota por el manantial de la escritura es un acto de rebeldía y resistencia. Es la vida quien impulsa esa mano que deletrea los rostros de los enemigos de la vida. 

escribir
como quien des-espera
para cauterizar
para tomarle las medidas al miedo
para conjurar
para morder de nuevo el anzuelo de la vida
para no claudicar
escribir
para apuntar al blanco

La meditación se da a borbotones. La reflexión es alrededor de la escritura pero ésta, surge del dolor del que también fructifican reflexiones. Cuando la vida es amenazada por aquello que la reduce a ser cama de hospital y recipiente de llanto, se dan procesos de simplificación y de claridad respecto a lo que realmente importa. Y es cuando se escribe “para no mentir/para dejar de mentir/con palabras abstractas/para poder decir tan sólo lo que cuenta”. 

A continuación de este último verso, el escenario es claramente autobiográfico. La poeta no enfatiza su circunstancia ni hace de ella un espectáculo estridente. Con la misma sencillez con la que ha ido plasmando algunas grandes verdades, dibuja  “la carne dolorida/los huesos lastimados/los nervios, la piel/tirante, amoratada/el pelo encanecido/el grito sólo postergado”. 

Sin embargo la poeta sabe que no está sola ni que su dolor es único. Otro de los aspectos del dolor es su capacidad para recordarnos la fragilidad ajena. No estamos solos. En este momento “muere un niño/o dos o no sé cuántos/mueren y una anciana dice/sus últimas palabras/o no las dice y muere/y es otra la que habla”. 

Este poema de largo aliento ha sido escrito con minúsculas. Recordando a otros escritores que lo han hecho igual, tales como Charles Bukowski y Raymond Carver. El uso de minúsculas como una declaración de principios sobre la humildad –en el mejor sentido de la palabra- con la que se está acometiendo la escritura. 

Las minúsculas como el alejamiento de todo tipo de grandilocuencia. Como un desmarcarse de la escritura que se asume como poseedora de verdades absolutas. Chantal Maillard huye de esas grandes verdades que han representado un lastre para la humanidad. En especial, quiere salir de la abstracción. No le interesa ni la muerte ni el amor ni la soledad sino las formas específicas en las que todo ello se manifiesta en lo singular. 

Escribir es un poema sin duda memorable. Su lectura es facilitada por los breves párrafos y lo diáfano de las imágenes y la expresión en general. Al mismo tiempo es un fluir de golpes de timón, es un oleaje de altos vuelos que nos levantan en vilo y nos ubican frente a la tempestad pero sin asomo alguno de violencia. 

Al final, después de los giros y espirales, nos deposita de nuevo en la playa, a ras de suelo mientras en el horizonte se dibuja el atardecer sobre el que se escriben los últimos versos como dos gaviotas que se alejan dejando una estela de luz que cabe en el cuenco de la mano: “escribo/para que el agua envenenada/pueda beberse”.



Imagen de Лариса Мозговая en Pixabay






Ernesto Hernandez Doblas

Ni la secundaria terminó pero insiste en escribir poemas, ensayos, minificciones y dislates de todo tipo. Ha publicado por obra del azar ylas circunstancias algunos libros de poemas. Dar talleres literarios le apasiona porque asi puede seguir aprendiendo. Fue novillero en sus años mozos y luego darketo. Actualmente es un embobado abuelo. Como José-José, ha rodado de aqui para allá y en ese balbuceo vital ha participado en una película, tres cortometrajes y algunas obras de teatro. Anduvo unos años haciéndole al reportero, trabajó en gobierno un tiempo así como de empleado en dos tiendas departamentales entre otras actividades, pero la mayor parte de su vida ha ejercido como desempleado. Es adicto a la literatura perversa, oscura y maldita. Ermitaño. Su mantra preferido: «preferiría no hacerlo».

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