Daniel Villegas: Viene una ola

Daniel Villegas

—¿Viste a dónde fue Gerardo Saúl? —dice Maya, buscándole entre las personas. 

—Nena, tengo que escuchar mi nombre.

El padre de Maya está sentado a su lado, en silloncitos de cuero naranja y blanco. Por las bocinas, los empleados de la Secretaría anuncian los turnos. Algunos atienden sus celulares. Otros permanecen levantados mirando de vez en vez hacia una persona o hacia la nada, hasta escuchar su nombre, para levantarse y hacer lo que se les indica.

—¿Ahí es donde sacan las fotos verdad? —le pregunta una mujer.

—Sí,  sí.

La mujer camina de prisa hacia allá. Por las bocinas se escucha: “Mariel Martínez Moreno, ventanilla uno”.

—¿No quieres ir a jugar un rato? — le dice su padre, sin mirarla.

—Bueno…

Maya se desliza del sillón; camina hacia los juegos. Una niña se mece con ahínco sobre una abeja sostenida por un resorte. Otro corre por el área siendo perseguido. Otra baja por la resbaladilla lento. Maya decide subir por los escalones. Detrás, un niño también sube.

—Apúrate niña… —le dice muy cerca de su nuca.

—Me llamo Maya… No me voy a apurar.

El niño la empuja; se desliza por la resbaladilla; camina, con la misma inercia, hacia un caballo de plástico. Maya baja de un salto los escalones. El niño sube al caballo; se mece mirando de frente. Maya lo empuja desde el costado, tirándolo; el niño grita, cabeza en el suelo, mientras se levanta su padre. Sin ser vista, Maya se desplaza a la otra área de juegos.

Entre los variados cuerpos, mira el uniforme azul del policía caminando hacia la salida. Le alcanza corriendo antes de que salga.  

—¿A dónde vas, Gerardo Saúl?

Gerardo voltea sorprendido.

—Al baño —ya sin verla.

—Voy contigo.

—No, debes quedarte ahí dentro —despacio, para no ser escuchado. 

Caminan entre hileras de gente esperando detrás de las vallas.

—Ahí es aburrido.

—No puedes venir conmigo.

—¿Cuántas veces has disparado? — mirando su pistola.

—Varias.

—¿A cuántos ladrones?

—A ninguno. 

Pasan el gentío de la Secretaría. Continúan por la plaza. 

—¿Los alcanzaste corriendo?

—No. No he perseguido a nadie corriendo.

—Qué lástima. Lástima es cuando lamentas que no haya sucedido algo — segura de sí misma. 

—Tienes que regresar.

Maya le toma la mano, ágil y amable. Gerardo la sostiene, mirándolas unidas.

—Quiero que me vayas a dejar al carrusel.

Una mujer saliendo de una zapatería mira la cara de Gerardo. Deja de hacerlo cuando le llama su acompañante en el interior.

—Págame una vuelta.

—¿Cuánto cuesta?

—No sé, siempre paga mi papá. 

Gerardo le da un billete.

—Ten —reteniendo su mirada.

Maya lo guarda.

—Se me antojó un helado de yogur, Gerardo Saúl.

—Con eso te alcanza…

—¿Tu radio suena? —mirándola en su estuche colgada del cinturón. 

—La apagué. 

—¿Me la prestas?

Gerardo se la pasa.

—Aquí Maya, caminando hacia los helados de yogur, junto con Gerardo Saúl. 

Se la devuelve.

—Aquí Gerardo Saúl, caminando hacia los helados de yogur, junto con Maya.

Bajan por las escaleras eléctricas. Maya se ríe. Gerardo le pasa la radio.

—Aquí Maya. Gerardo Saúl es muy divertido… Divertido es cuando te ríes y no te aburres— sus reflejos descienden en los vidrios de los locales. 

Maya voltea a ver a la persona que viene detrás. Se ríen el uno con el otro, apenas  verse.

Maya le devuelve la radio a Gerardo.

—Ahí están los helados —señala con el dedo.

Caminan hacia allá. Maya le suelta la mano antes de llegar.

—Dame un helado en vaso de plástico, por favor… Quiero dos sabores.

El empleado inquiere a Gerardo buscando aprobación.

—Quiero que tenga piña y coco —con la vista en el interior del estante. Voltea hacia Gerardo—. ¿Quieres agregarle algo más?

—No, princesa. —las intensas luces blancas se reflejan en el suelo. 

El empleado sirve el helado. Se lo da a Maya. Luego mira a Gerardo.

—Son sesenta y cinco pesos.

Maya le aproxima el billete. El empleado abre la caja y le devuelve el cambio. Maya lo guarda.

—Ahora vamos al carrusel.

Caminan hacia la fila donde otros niños y adultos esperan su turno. Maya come helado. Se forman. 

—¿Quieres? —ofreciéndole el vaso.

—No, princesa.

—Me he subido unas veinte veces y nunca se vuelve aburrido —con helado en la boca—. Aburrido es cuando no puedes decidir qué hacer.

Gerardo se agacha de frente a Maya; le limpia el yogur de su boca con el índice.

—¡No hagas eso! —retrocediendo disgustada. 

Gerardo se chupa el costado del dedo con los restos de yogur. Las personas de la fila voltean a mirarlos.

—Adiós, Gerardo Saúl… Gracias por el helado —lo deja en el suelo, con la cuchara dentro.

Maya corre hacia las escaleras eléctricas.

Gerardo abandona la fila. Le miran dirigirse hacia el baño. Durante el camino, abre y cierra el botón de la funda de la pistola. 

Imagen de portada: Kanenori en Pixabay

Daniel Villegas

Nacido en Puebla en 1996. Estudió Filosofía y Cine.

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