Dos boy scout fracasados

Rafael Flores Correa

Manuel y Jorge coincidían en muchas cosas: ambos nacieron el mismo año, 1928, en ciudades de provincia, los dos tenían madres viudas y heredaron un rancho que perdieron con la reforma agraria, se mudaron a la capital del país en la adolescencia y coincidieron en un aula del Colegio México, manejado por los hermanos maristas. Además de todo eso, los dos eran boys scouts.

Fue la práctica del escultismo la que los hizo amigos y además cómplices, porque compartían cierta rebeldía frente a la disciplina grupal. Preferían hacer largas caminatas por su cuenta, ascendían al cráter del «Popo» y acampaban en cualquier bosque por gusto.

Sucedió que en 1947, cuando tenían 19 años de edad, se organizó en París el Jamboree de la comunidad escultista, una reunión internacional de todas las tribus scouts. El maestro Nicodemus del colegio marista, que también era el representante de la delegación mexicana, organizó a 50 entusiasmados alumnos para asistir al evento. Cuando les dijo que el avión y la estancia parisina les costaría 5,000 pesos, la mayoría perdieron el entusiasmo y solo quedaron 12 pudientes exploradores. Manuel y Jorge consiguieron un viaje en barco por 500 pesos y se fueron por su cuenta a París.

Un día antes de su partida el maestro Nicodemus le dijo a Jorge: «Si tú vas al Jamboree, yo no voy. Eres un anarquista y vas a fomentar el desorden». Pero los dos amigos ya tenían todo preparado y se embarcaron en el «Marine Falcón» para hacer una travesía de bamboleo continuo, comida intragable y camarotes incomodísimos. Apenas se fueron, Nicodemus y los miembros del club decretaron su expulsión por «falta de espíritu scout».

Los dos mochileros mexicanos turistearon por varias capitales europeas aprovechando las ventajas que les daba presentarse como scouts. Por fin llegaron al Jamboree, situado a 100 kilómetros de París en una enorme llanura, donde se instaló un pueblo con casas de campaña y con chavos de vistosos uniformes como habitantes. Había comercios, restaurantes, servicios médicos, muy padre la cosa. Sin embargo, Jorge y Manuel tuvieron que instalar su casita de campaña lejos, en un área destinada a los «irregulares».

Se la pasaban, recuerda Jorge, «tirados panza arriba platicando con los scouts españoles». El último día se organizó una fiesta con espectáculos artísticos de cada país. Allá se colaron los dos amigos y fueron directos a atracar la comida, después de varios días de hambre atrasada. Grande fue el entripado de coraje que hizo Nicodemus cuando notó su presencia. Aún así, ante la falta de ayuda técnica, el maestro les ordenó que construyeran una pirámide teotihuacana de cartón para usarla como escenografía.

Jorge y Manuel cumplieron con el encargo y Nicodemus decoró el prisma de utilería tapizándolo con sarapes de Saltillo. Las diferentes delegaciones fueron presentando sus bailables, coros y acrobacias. Cuando le tocó su turno a los mexicanos, los doce integrantes salieron disfrazados para ejecutar la Danza de los Viejitos. En ese preciso momento se soltó un tormentón que asoló la llanura y todos los exploradores corrieron a refugiarse donde pudieron. Todo salió mal pero los dos amigos se la pasaron a toda madre. A su regreso a México, los compañeros del club los veían como apestados y quedaron segregados, fuera del paraíso scout.

Los dos chamacos eran unos rebeldes irreductibles, irreverentes e ingeniosos, de esos descreídos de las reglas que siempre hacen las cosas a su modo. Estuvo bien que los corrieran de la comunidad scout. Gracias a eso en cierta medida y con el paso de los años, Manuel Felguérez se convirtió en el pintor mexicano más importante de su generación, el primero en usar una computadora para sus creaciones y un maestrazo en el rigor geométrico tanto como en el expresionismo abstracto.

Jorge Ibarguengoitia, por su parte, se dedicó a la dramaturgia y luego a escribir novelas y cuentos donde bajó de su pedestal a los héroes nacionales para desacralizarlos con delicioso sarcasmo. A él no le gustaba considerarse un humorista, pero nunca se han escrito en nuestro país libros más divertidos que los suyos. En su obra La Ley de Herodes viene un cuento llamado «Falta de espiritu scout» donde narra su experiencia en el Jamboree.

Estuvo bien el cambio. Es mejor esto que ser un adulto de pantalón corto.





Rafael Flores Correa

Nació de Taximaroa, Michoacán, lugar mejor conocido como Ciudad Hidalgo, Rafael Flores Correa es un pintor y escritor que ya tiene sus añitos, pero con una juventud interior que cada día lo anima a crear más y más. Estudió la Licenciatura en Artes Visuales en la Academia de San Carlos de la UNAM, le dieron clases artistas como Alfredo Zalce, Santiago Rebolledo e Ismael Guardado. Su obra se ha expuesto en Michoacán, Querétaro, Ciudad de México, Medellín entre otros lugares.

Además, Rafa Flores, como le dicen sus amigos, ganó el Premio Estatal de las Artes Eréndira en 2021.

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