Escritura bisturí 

Ernesto Hernández Doblas 

De todas las violencias que acechan a lo humano desde su propio espejo, una de las más ocultas y terribles ocurre en contra de niñas y niños. La fragilidad en la infancia es fácil presa de diversas formas de abuso, ejercido principalmente por quienes forman parte del círculo cercano de las víctimas. 

Paradójicamente, la estructura familiar que en teoría fue creada -entre otras cosas- para brindar un espacio de amor, educación y cuidado a los menores, resulta ser en muchas ocasiones el ángulo perfecto para el escondrijo de prácticas violentas en contra de las y los más vulnerables. 

Según los especialistas, hay varios tipos de opresiones en contra de la niñez, es decir, de todas las personas desde su nacimiento hasta los once años: abandono, maltrato médico, emocional, físico y sexual. 

En ese sentido, las agresiones sexuales causan horror a una sociedad acostumbrada a callar y mirar a otro lado, fuera de lo que se agazapa en sus partes más oscuras. La moral y el “respeto” a lo que sucede tras las puertas de cada hogar, muchas veces funcionan como anteojeras y complicidad.  

De acuerdo a información dada a conocer hace dos años por la Comunidad de Conocimiento Alumbra, integrada por 50 organizaciones de la sociedad civil y agencias nacionales, así como por organismos internacionales, en México, el número de delitos de abuso sexual en contra de infantes estaba en aumento. En 2015 hubo 11 mil 980 delitos de este tipo y para el 2020 había subido a 22 mil 377, lo cual implica una tasa de crecimiento de 87% en ese período.  

Un espacio idóneo para que las realidades negadas u oscurecidas tengan la posibilidad de ser expuestas se da en la literatura, ahí podemos buscar lo que se oculta, lo que no se nombra, lo que pertenece al ámbito de lo sabido y callado. Más allá de ser mero entretenimiento cultural, los libros tienen la potencia de propiciar la reflexión de los aspectos más difíciles de la vida personal y en sociedad.  

La escritora regiomontana Liliana Blum, publicó en 2016 su segunda novela cuyo título es El mounstro pentápodo, la que desde entonces ha causado reacciones intensas por la temática que aborda y la forma en la que fue escrita. Ha sido calificada como difícil, cruda, perturbadora e inquietante por lectores y críticos.  

Su historia es un guiño, homenaje y reapropiación de Lolita, la célebre obra del escritor Vladimir Navobokov. Sin embargo, en el caso de la mexicana, la crudeza es mayor, además de existir otros elementos que la distinguen. Es como si la historia de Dolores Haze no se permitiera ningún momento de luminosidad y transcurriera la mayor parte del tiempo en un abismo de tinieblas con colmillos.  

Otro de esos elementos, que sin duda contribuyen a eliminar el mínimo halo de romanticismo en la relación entre un hombre mayor y una menor de edad, es el hecho de ubicar la trama en el Durango actual. Contextualizar la narración geográfíca y temporalmente de ese modo, le otorga especial potencia, verosimilitud y cercanía. 

El revisar las estadísticas al respecto y las circunstancias del México contemporáneo, hace que nos demos cuenta o confirmemos que «El mounstro pentápodo» es una ficción que refleja una realidad en el aquí y ahora.  

Duele decirlo pero desde hace mucho tiempo narrar hechos así es un tipo de costumbrismo literario. Una normalización de la que se habla en susurros o cuchicheos sin que termine de ser nombrada en voz alta para denunciarla, conocerla y hacer todos los esfuerzos necesarios para erradicarla.   

Las estrategias narrativas de la escritora regiomontana logran construir a sus personajes de tal modo que vivimos junto a ellos –muy cerca- las formas en que se desenvuelven en el vértigo de sus respectivas cavernas psicológicas y emocionales. 

No da tregua Liliana Blum en ese sentido. Quienes forman parte de la trama, están inmersos en una oscuridad que ni cesa ni se detiene. Con cierta dosis de crueldad, lector y autora serán testigos de un descenso a los infiernos sin posibilidad visible de redención. 

Las descripciones puntuales de los acontecimientos y de los diálogos interiores de los personajes, logran atravesar el papel y pulsar con frío bisturí la sensibilidad de quien lee. 

Horror. Empatía. Asco. Indignación. Dolor. Miedo. Angustia y rencor, son algunas de las emociones y sentimientos que llega a provocar la novela de una autora que se suma a las escritoras mexicanas que los últimos años han resultado ser un afortunado tsunami en la literatura en nuestro idioma. Autoras que por cierto, en buena parte, dedican sus esfuerzos creativos a desnudar las diferentes formas de oscuridad que nos rodea como un agujero negro que terminaría por tragárselo todo de no ser nombrado. 

«Yo era un monstro pentápodo, pero te quería», es el epígrafe que marca la página anterior al inicio de la novela que toma de ahí su título. Monstro de cinco pies que acecha los caminos de la inocencia por el placer de mancharla en cuerpo y alma con la mayor violencia posible aunque se disfrace –mal- de “afecto”. Afecto más que tóxico. Afecto torcido. Afecto que mata lo que presuntamente ama. Misoginia y machismo en forma de corazón en la penca de un maguey. México lindo y herido por sus patologías del ser y no ser.  

Raymundo Betancourt es el protagonista principal de la novela. Poco a poco se nos van dibujando su carácter e inclinaciones. Al principio nos da la impresión de ser un hombre común con buena interacción social. Eso que solemos llamar “respetable”. Un ingeniero que hace todo lo posible por brindar apoyo a su comunidad. Sí, los hombres decentes también pueden ser criminales.  

De pronto, aparece su gusto por las menores de edad: lolitas, con características similares a las descritas en la historia de Nabokov. Solo que Liliana Blum sube la apuesta del escándalo y el horror al presentar a Cinthia, una niña de cinco años que cae en las manos llenas de obsesión, violencia y crueldad del protagonista. 

El manejo del espanto se va tejiendo con la pericia y calma de un minero experimentado en el infierno. Las capas de la oscuridad van apareciendo en pausas que le dan a la novela una tensión de gradual asfixia. Al principio todo parece la historia de un hombre normal con ciertos gustos extravagantes.  

Después, lo vemos convertirse en un cazador de momentos eróticos vouyeristas. Más adelante, se quita sus máscaras sociales y se vuelve un secuestrador que a final de cuentas revela su carácter monstruoso. Sí, el vecino, el tío, el abuelo, el político o el filántropo pueden ser protagonistas de la nota roja. 

Hay quien ha dicho que el espanto y las descripciones llegan a lo morboso y gratuito. Cuestión de sensibilidades, pero es en parte como si frente al pavor quisiéramos pasar y verlo con la condición de que sea rápido y solo de reojo. No es gratuito el uso de la escritura como bisturí de las tinieblas en cuanto es retrato puntual de situaciones completamente reales.  

Por otro lado, Aimeé, mujer madura, con enanismo, será enamorada víctima del pederasta y victimaria de la niña que ambos tienen secuestrada en el sótano. La pluma de la escritora nos permite adentrarnos en las motivaciones de Raymundo y Aimeé, que aunque son distintas, nacen de sendas patologías. 

Ella, es una mujer acomplejada y sin experiencia en asuntos del amor y el erotismo mientras que él quedó marcado por una relación incestuosa con su hermana, siendo un púber y ella una infante. No es justificar sino contextualizar cómo se va tejiendo el carácter de cualquier persona. Ni es espontáneo ni producto meramente de la voluntad. Decía Ortega y Gasset: Yo soy yo y mi circunstancia o Jean Paul Sartre: Cada hombre es lo que hace con lo que hicieron de él.  

Un aspecto a subrayar es el uso narrativo de la voz en primera persona mediante un diario así como cartas que Aimeé le manda desde la cárcel al protagonista mientras que las acciones e interioridad de éste, transcurren por medio de un narrador omnisciente. 

Dichos elementos logran que tanto la autora al escribir como los lectores al leer, guarden distancia con Raymundo y empatía con su otra víctima aunque por amor y cobardía pasa de ese papel al de victimaria de la niña que finalmente ambos violentan. 

En cuanto a Cinthia, es obviamente con ella por medio de la cual brotan las escenas de mayor terror y repulsión ante lo que sádicamente le hace Raymundo, llegando al extremo de obligarla a firmar un contrato de obediencia que recuerda aquellos que se contraen dentro de las prácticas sadomasoquistas, pero en este segundo caso, de manera consensuada. 

“La piel enrojecida, los moretones, la garganta cerrada de tanto llorar, de gritar hacia adentro, el deshacerse como si estuviera hecha de arena cada vez que la puerta se abría y era él. Aquel aroma a canela que le provocaba vomitar. Ese puño cerrándose sobre su cabello y azotando la cara de Cinthia contra el suelo. A menos que lo dijera. Dime que me amas. Di que quieres estar conmigo. Dime gracias por cuidarme”. 

Aquí, en la zona dantesca de «El monstro pentápodo», no está el desborde perverso del Marqués de Sade ni la profundidad existencial de Georges Bataille. Tampoco se trata del fino tejido del erotismo que propone el escritor mexicano Juan García Ponce. Aquí está el infierno de Dante sin mediación de la racionalidad que ordena el caos.  

Novelas como la de Liliana Blum se hacen más que necesarias como el más acertado retrato de las enfermedades de la vida en colectivo. Cada lector se llevará su propia versión de esta historia de hadas macabras y demonios con piel de hombres, pero es evidente que nadie que se acerque al libro saldrá indemne.  

Durante mucho tiempo, las imágenes de El monstro pentápodo permanecerán girando en busca de ser comprendidas y sobre todo comparadas con la realidad que nos circunda, en donde la maldad, la violencia y todo tipo de patologías, son más cercanas y constantes de lo que nos gustaría pensar.  





Ernesto Hernandez Doblas

Ni la secundaria terminó pero insiste en escribir poemas, ensayos, minificciones y dislates de todo tipo. Ha publicado por obra del azar y las circunstancias algunos libros de poemas. Dar talleres literarios le apasiona porque así puede seguir aprendiendo. Fue novillero en sus años mozos y luego darketo. Actualmente es un embobado abuelo. Como José-José, ha rodado de aquí para allá y en ese balbuceo vital ha participado en una película, tres cortometrajes y algunas obras de teatro. Anduvo unos años haciéndole al reportero, trabajó en gobierno un tiempo así como de empleado en dos tiendas departamentales entre otras actividades, pero la mayor parte de su vida ha ejercido como desempleado. Es adicto a la literatura perversa, oscura y maldita. Ermitaño. Su mantra preferido: «preferiría no hacerlo».

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