Escuelas de calor

Ernesto Hernández Doblas

I

No. No existen, no hay, no han sido creadas aún. Las escuelas de calor únicamente están en la canción de Radio Futura, pero en la vida real, la educación sexual es más bien pobre y ausente en la mayor parte de los ciudadanos de este país de ciegos. 

A pesar de que una de las facultades del animal humano es haber convertido al sexo en erotismo y a éste en amor. Es decir, de haber complejizado a la naturaleza en este y en otros casos. A pesar de todo lo que cultural, social, mental y corporalmente va implicado en una actividad que por principio de cuentas (spoiler), no es únicamente engendrar.              

Hace mucho tiempo que ese mandato religioso fue –gracias a dios- rebasado, si es que alguna vez tuvo en verdad relación con lo que los seres humanos hacían en la intimidad. Una cosa es lo que los poderes establecidos mandan y otra lo que quienes presuntamente deberían obedecer, hacen en la libertad de sus cuerpos. Jamás han coincidido ni coincidirán ambas partes aunque lo parezca. Enmedio, protegido por un paréntesis, las prácticas reales dicen siempre otra cosa. Podemos interpretar la historia de la sexualidad como la de una serie de disposiciones del poder cuyo principal objetivo es encauzar para sus fines las energías vitales pero al mismo tiempo como las mil y un estrategias de los seres humanos para transgredirlas. 

Es improbable que haya existido alguna vez alguna época en donde los seres humanos hayan acatado a plenitud normas, reglas y leyes. Por fortuna, en el corazón humano está instalado un animal sobrehumano que siempre buscará el modo de saciar su sacrosanta sed. 

II

Placer. Goce. Deseo. Triángulo amoroso en donde vamos implicados al momento mismo de nacer. Incluso, tal vez desde antes. Ya son muchas generaciones humanas repitiendo en acto y espíritu, de una forma u otra, el ciclo de la vida que en buena medida es el ciclo del placer, el goce y el deseo. Ya venimos con ese impulso desde los genes que nos hacen a imagen y semejanza de lo sido. No únicamente no podemos escapar de ello: no debemos. La consecuencia es habitar el mundo encarcelados en un cuerpo que -parafraseando a Friedrich Nietzsche- no quiere amor: quiere más. Pero tampoco es la solución arrojarnos sin más a los apetitos de la carne porque hace mucho salimos de esa estructura perteneciente al universo meramente animal. Intentarlo es ir hacia la destrucción segura, hacia la selva en donde tigres y serpientes nos despedazan y se alimentan del deseo, del placer, del goce. Paradoja de paradojas: buscar la liberación de los deseos pero siempre dentro de lo humano, demasiado humano. Saltar al otro lado es perderse para siempre y por lo mismo, destruir la posibilidad sagrada de la transgresión. 

III

Escuelas de placer necesitamos, para no convertir al deseo en tristeza u odio, para no perecer víctimas de lo que nos constituye, para desarrollar las máximas potencias de la carne, y con ello, dar a luz la Luz que hemos conquistado y no la sombra que nos atará más.  Una poética del Eros. Una educación que no sea meramente operativa ni que en pos de la liberación del discurso deje de lado las resonancias psicológicas y emocionales de nuestras pasiones amatorias. Integrar a nuestros deseos carnales la complejidad que somos. Que liberarnos no implique mutilarnos ni que humanizar el sexo y el erotismo signifique sujetarlo a imperativos que le resten su fuego, ése que ilumina y quema. “Porque amores que matan nunca mueren” nos recuerda Joaquín Sabina. 

IV

Y es que durante muchos años se consideró que dichos asuntos eran cosa de la intimidad. Asunto a callar, ocultar o simplemente a cerrar bajo una llave de discreción que a la vez los protegía y los condenaba. Tiempo después nos incitaron a lo contrario. A no callar. A liberarnos presuntamente por medio de una expansión de los discursos del placer, el deseo y el goce. Y hablar siempre da la sensación de hacer y por lo mismo de liberación. Una sensación que se corresponde tanto con la realidad como con lo imaginario. 

V

Ante ese doble juego de los poderes establecidos queda la opción de crear de un modo u otros espacios de reflexión, aprendizaje y práctica del erotismo, la sexualidad y el amor. Espacios en donde las dimensiones de tratamiento no sean ni unilaterales ni dogmáticas. La mera educación a través de la presunta imparcialidad de la ciencia es tan pobre como la que dan las creencias religiosas. Todo debe sumar en combinaciones a favor de más y mejor. La sexualidad es un ejercicio en donde la complejidad que nos conforma entra en acción y por ende no puede ser abordada desde un solo modo de mirar ni un horizonte de un solo carril. 

VI

Ya sea visto desde la ciencia, la metafísica o la filosofía, el deseo humano ligado al placer del cuerpo es una de las formas más potentes de energía. El Ser entra en juego, lo quiera o no, de manera completa. Ya sea en quienes tengan conciencia de esto o no, ya sea desde quienes pretendan ajustarse lo más posible a dictados morales o religiosos o desde quienes busquen liberarse de éstos o crean haberlo hecho y a cambio vuelvan ligeras sus prácticas de amor o deseo, en todos los casos algo más que piel se hace partícipe del fuego.

VIII

Es indudable que aún restan muchas auroras por lucir como está escrito en el Rig Veda y que mientras exista humanidad la posibilidad de transformación es potencia latente. Lo apasionante del futuro es su apertura. También lo vertiginoso. En algunas predicciones está el temor de que la realidad virtual remplace al contacto físico empobreciendo, según criterio de sus críticos, la experiencia humana. Desde mi punto de vista, lo que lo hace no es ningún tipo de cambio así sea el más radical sino la falta de conciencia, criterio, conocimiento y capacidad de unir con inteligencia y sensibilidad la mayor cantidad de hilos de eso que llamamos realidad. Saber que ya no somos nada más naturaleza o nada más racionalidad o nada más avance tecnológico voraz.

Somos eso y además somos todo lo demás que aún no sabemos y a lo cual solamente nos podrán llevar la experiencia y la experimentación.

Ernesto Hernandez Doblas

Ni la secundaria terminó pero insiste en escribir poemas, ensayos, minificciones y dislates de todo tipo. Ha publicado por obra del azar y las circunstancias algunos libros de poemas. Dar talleres literarios le apasiona porque así puede seguir aprendiendo. Fue novillero en sus años mozos y luego darketo. Actualmente es un embobado abuelo. Como José-José, ha rodado de aquí para allá y en ese balbuceo vital ha participado en una película, tres cortometrajes y algunas obras de teatro. Anduvo unos años haciéndole al reportero, trabajó en gobierno un tiempo así como de empleado en dos tiendas departamentales entre otras actividades, pero la mayor parte de su vida ha ejercido como desempleado. Es adicto a la literatura perversa, oscura y maldita. Ermitaño. Su mantra preferido: «preferiría no hacerlo».

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