Felices como asesinos 

Gerardo Pérez Escutia

En febrero de 1994, en la localidad de Gloucester, Inglaterra, después de varias denuncias de que algo raro ocurría en la casa familiar de Fred y Rosemary West, la Policía local descubrió en su jardín los restos enterrados de una de sus hijas, la policía siguió excavando y encontró huesos de un cadáver más, constituyendo esto solo el principio de lo que llegaría a ser uno de los casos más espeluznantes de la historia criminal del Reino Unido, el inicio de una historia inclasificable que se prolongó por más de veinte años en medio de una plácida y tranquila comunidad de la culta y civilizada Inglaterra.

En este bufete negro, nos gusta todo lo que recomendamos, no es un secreto que nos mueve el placer de la lectura, y las ganas de compartirlo con nuestras recomendaciones, y a pesar de que los temas centrales de esta columna se engloban en lo que podríamos llamar el lado oscuro de la humanidad: crimen, misterio, venganza, ambición, etc. Casi todo lo que leemos y recomendamos es ficción literaria, buscamos que sea de la mejor calidad para enriquecer nuestra experiencia de lectura, sin embargo, también hemos explorado el género True crimen, y hemos recomendado obras que relatan historias brutales que son reales, pero que podríamos apostar que son producto de mentes oscuras avezadas en el género negro.

En esta ocasión vamos un paso más allá, el libro que hoy recomendamos pertenece al género basado en crímenes reales, pero —debo confesar— no es fácil de leer, ni en su contenido ni en su estructura, es un libro que varias ocasiones dejé a un lado por la crudeza de los temas narrados o incluso por la minuciosidad (que llegue a sentir morbosa) en los detalles que se describen, sin embargo, creemos que es una recomendación necesaria, nos recuerda sin filtro alguno los abismos que podemos alcanzar como seres humanos, y como en medio de nuestra orgullosa “civilización occidental” aún existen “pozos nauseabundos” en donde ocurre lo inimaginable frente a nuestras narices.

Gordon Burn

Se trata de Felices como asesinos (Anagrama, 2000) de Gordon Burn (1948-2009, Inglaterra), un prestigioso reportero y articulista inglés que incursionó también como escritor, enfocándose principalmente en el True crime.

Frederick y Rosemary West provienen de ese segmento social que se ha nombrado peyorativamente como white trash (que se refiere a personas de tez blanca de clases bajas o marginadas), ambos nacieron en familias de clase semirural con carencias económicas y sufriendo abusos hasta su juventud; en el caso de Rosemary, fue abusada por su padre durante su niñez frente a su madre, que prefería no ver lo evidente; Fred era un hombre moreno y de aspecto agitanado, que lo llevó a crecer siempre con ese estigma, por lo que buscó compensar el rechazo social que sufría desarrollando una personalidad sociopatica, taimada y abusiva.

Fred tuvo que trabajar en el campo desde niño, primero ayudando a sus padres y ya joven en diversos empleos manuales que le desarrollaron una cierta fijación enfermiza por las herramientas (tal vez por la sensación de control que podía tener en ese mundo práctico y sin ambigüedades), nunca fue a la escuela, y hasta su edad adulta no podía expresarse del todo bien en el lenguaje escrito, más tarde comenzó a cometer pequeños hurtos que más de una vez lo llevaron a prisión, así fue forjando una personalidad en la que en su fuero interno sentía que todo le era permitido, que no tenía límite alguno, lo que sería el gran motor que le llevaría a cometer sus crímenes, todo ello aderezado con un torcido concepto de la sexualidad.

Cuando comenzó a hacer vida en común con Rose, vivían en casas rodantes que eran el hogar y taller de Fred, completando sus ingresos con hurtos y trabajos que hacía por su cuenta. En algún momento convivieron con dos hijas de la anterior pareja de Fred.

Gracias a sus habilidades manuales, Fred se hace amigo y trabajador indispensable de un viejo polaco, Frank Zygmunt, quien sería determinante en esta historia, pues les vende en términos muy laxos la casa de Gloucester, donde la pareja llevaría acabo un teatro del horror durante dos décadas, una casa que por paradójico que pareciera siempre estuvo al lado (pared con pared) de una iglesia mormona.

El autor reconstruye con toda minuciosidad la infancia y juventud de la pareja y de sus familias, vamos descubriendo un entorno de violencia brutal, en donde el sexo se utilizaba indistintamente como medio de dominio y la pedofilia era tolerada; nos narra sus primeros escarceos con jovencitas que llevaban a su casa para trabajar como niñeras (llegaron a tener 8 hijos) y como poco a poco Rose llego a participar como cómplice y carnada para conseguir parejas sexuales que serían abusadas por ambos, su vida entró en una espiral donde la violencia y el abuso cada vez eran más frecuentes, todo límite ético o moral fue cayendo como castillo de naipes.

La narración nos va llevando por una historia que a veces creemos inconcebible, una historia plagada de brutalidad, tortura, sadismo, abuso sexual, incesto, pedofilia, voyeurismo, exhibicionismo, maltrato infantil… y todo ello en la casa familiar de los West, con tres plantas y un sótano.

Su casa se convirtió en una comuna de seres inadaptados, rentaron cuartos a hippies, borrachos, drogadictos y delincuentes de toda índole, pero Fred y Rose siempre estuvieron en el centro como supremos sacerdotes de una perversa sociedad donde todo estaba permitido.

Y así llegamos al 1994, cuando se descubre el cuerpo enterrado de una de las hijas de la pareja y los cuerpos de… 8 mujeres más. 

Esta es la historia pormenorizada de todos estos horrores, en donde el autor disecciona dos décadas del periplo de esta familia, que logró convertir en un infierno sobre la tierra la vida de sus víctimas, incluyendo a sus propios hijos.

Sin duda una de las historias más duras que hemos recomendado.



Gerardo Pérez Escutia

Un sobreviviente a un colegio Marista y UMSNH, sus empleos han sido diversos, desde Bell Boy en una compañía de seguros, hasta “Country Manager” en una multinacional, pasando por veterinario, agente de ventas; encargado de turno en una “Comunidad Terapéutica” y microempresario. Ha vivido en Morelia, Uruapan, Culiacán, Ciudad de México y actualmente radica en Guadalajara, Jalisco.

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