Formas de volver a la literatura

Ángel Hurtado

“Algunos sueños se cumplieron. Otros se deshicieron solos. En mi caso, los que después supe que nunca había querido. En el caso de mi padre, no. Muchos de sus sueños quedaron crudos, sin terminar. No hablamos nunca de eso. Me mira vivir. Dice que le basta. Yo insisto en mi intento torpe de contagiarle el fulgor, la irreverencia, el deseo, todo lo que me inculcó en dósis masivas. Es imposible– porque nadie salva a nadie, porque todos nos salvamos solos– pero seguiré intentando. Hasta que la realidad se imponga. Hasta la derrota final. Y aún después.” 

Leila Guerriero.

Quiere, ante todo, ser breve, intentar ser breve. Admira, sobre todo, a quienes pueden decir mucho con poco, quienes tienen el talento de profundizar en el infinito con apenas un par de palabras, el uso de los puntos suspensivos, o con una frase demoledora como “nunca más volvieron a verse”, o “el resto es literatura”. Le gustaría tener esa habilidad, ese talento que se logra por medio de la escritura sólo a través de la sabiduría y la experiencia, o del humor. Acaba de darse cuenta de que eligió para este texto un epígrafe larguísimo, piensa que es el epígrafe más largo en la historia de la literatura, que probablemente incluso no tenga mucha relación con lo que quiere decir, pero le gustan mucho las historias de Leila con su padre, y siempre ha sido un muchacho de provincia, y cuando un muchacho de provincia está cumpliendo un sueño intenta, ante todo, prolongarlo. Promete, a partir de ahora, intentar ser breve.

Antes de continuar escribiendo el texto debe ir a hacerle el pago de la renta a su rentera. Todo debería transcurrir con la normalidad de siempre, pero esta vez es diferente, la rentera empieza a quejarse de Úrsula, la gata escapista de A, dice que por favor ya no la deje salir a la calle, que hace travesuras y siempre quiere meterse a las casas de los vecinos, que han empezado a quejarse, sobre todo, el vecino de al lado, un poeta chileno que se queja de todo, así lo dice la rentera, aunque A duda si realmente su vecino de al lado, el poeta chileno, se queja de Úrsula, lo conoce de hace tiempo, y sobre todo conoce a Úrsula, sabe que Úrsula no hace travesuras, simplemente Úrsula cree que todas las personas son buenas, y no les teme, por el contrario, les busca, saluda y se tira en el piso para que le hagan cariños, pero no toda la gente es buena y Úrsula, como Oscuridad, es una gata negra, eso es lo que más le preocupa. Regresa a casa y sigue escribiendo, intentando escribir. Úrsula no ha regresado de la calle, piensa en salir a buscarla pero debe seguir escribiendo, normalmente Úrsula regresa cerca de las 5 de la mañana maullando para que le abran la puerta. Ha decidido que este texto terminará cuando Úrsula regrese.

“¿Cómo te voy a recomendar un libro si no te conozco?” dice Miguel, librero de la librería El juguete rabioso en Rascacielos, uno de los catorce textos que comprenden a Literatura infantil. Su trabajo consiste justamente en recomendar libros a personas que no conoce, siempre existe un margen de error considerable, aún recomendándole libros a personas que sí conoce, que cree que conoce, pero una cosa es recomendar libros, y otra muy diferente es presentar libros, ¿Cómo le va a presentar un libro si no lo conoce? piensa A. Pero A conoce a Z, cree que lo conoce, porque ha escuchado un par de entrevistas, una que otra conferencia, y sobre todo porque ha leído casi todos sus libros, y las y los lectores siempre creen que conocen a sus autoras y autores favoritos. Z nació en Chile y ahora vive en México. A nació en México y vive en México, pero quienes lo conocen saben que le hubiera gustado nacer en Chile, que su cercanía con ese largo país, no es únicamente literaria, sino, y sobre todo, de lucha. No nació en Chile, pero una parte de él nació y murió muchos años antes. 11/09/73. La herida no le pertenece, pero desde que descubrió la historia en la adolescencia decidió cortarse muy profundo, desde entonces, él es parte de esa herida, se la ha apropiado, aunque haya nacido lejos en el tiempo y en el espacio, comparte el dolor y la indignación, no necesita que nadie le abra un espacio en esa lucha, esa lucha también es suya, esa lucha y otras, y otras.

A piensa en formas de perder a un padre, un padre biológico, su padre biológico. Piensa en la muerte como algo trágico que todavía no experimenta, pero piensa sobre todo en esa presencia ausente tan común. Bastaría nacer para perder a un padre biológico, porque en la mayoría de los casos, los hijos perdemos a los padres biológicos a los pocos días de haber nacido, incluso antes de nacer, incluso antes de que nuestros padres hayan nacido, y los padres de nuestros padres y sus padres y de los anteriores. En su caso algo hubo de eso, y algo de otras cosas que no conoce del todo pero intuye. Él perdió a su padre después del divorcio, pero ahora piensa que realmente lo perdió antes, mucho antes, duda incluso de su existencia. Heredó de él un excesivo parecido físico, el sentido del humor, y la irremediable tragedia de irle al cruz azul. Recuerda poco, casi nada, recuerda haber aprendido inglés gracias a su padre, recuerda o cree recordar algún juego de la infancia, alguna tarde juntos, pero no logra ver mucho. La adolescencia llegó al mismo tiempo que él se fue, las cosas más importantes que recuerda las ha vivido sin él. Alguien le pregunta por un posible reencuentro, pero cuando uno se da cuenta de que a alguien no le importa la cosa deja de tener sentido. No lo recuerda con rencor, o tal vez un poco, piensa que la vida hace su trabajo, que la vida hará su trabajo y pondrá las cosas en el lugar debido, o no. Piensa en Introducción a la tristeza futbolística y piensa en esos años sin su padre, en su padre sufriendo por las finales perdidas del cruz azul, sonríe un poco, pero luego piensa en sí mismo en las finales perdidas del cruz azul y la sonrisa se esfuma. Tal vez compartir esa tristeza habría sido un recuerdo favorable, pero para entonces los dos ya estaban demasiado lejos, A incluso hace algunos años que dejó de ver fútbol y ya no le interesan las derrotas del cruz azul, ni los triunfos, aunque sí se alegró un poco hace un par de años cuando salieron campeones. Sería más fácil decir que muchos hemos perdido un padre biológico y que el resto es literatura, pero en la vida y en la literatura, no sólo se pierden cosas.

A piensa en las formas de ganar un padrastro. Bastaría con que alguien vea a su madre, le guste, lo cuál sería sencillo porque su mamá es muy guapa, empiecen a salir, se enamoren, se hagan novios, se vayan a vivir juntos, se casen (por el civil, porque ambos ya se casaron una vez por la iglesia y no pueden volver a hacerlo) se embaracen, y tengan más hijos, sin importar el orden en el que las cosas sucedan, en el que las cosas sucedieron, sucedieron, y eso es lo que importa. Su padrastro fue su verdadero padre, piensa A, al menos lo fue en momentos cruciales, a su manera, aprendiendo a ejercer la paternidad y la padrastría al mismo tiempo, que no es lo mismo pero se parece, lidiar con un recién nacido y con un recién adolescente al mismo tiempo no debió ser nada fácil. A piensa en la padrastría, palabra que, según la RAE, no existe, pero como hace mucho tiempo que nadie considera a la RAE inventará palabras acerca de lo que ganó. Con la padrastría vinieron también los abuelastros, dos triastros y una triastra, maravillosas personas, y vinieron también los hermanastros. Esta última palabra sí existe para la RAE, pero quienes conocen a A saben lo mucho que disfruta llevar la contra, y esa es la única palabra que se rehúsa a usar. No podría jamás llamar así a Iván y Regina. No son sus hermanastros, son sus hermanos, o quién sabe, tal vez después cambie de opinión y busque, más bien, resignificar ciertas palabras. Hasta ahora ha perdido un padre y ha ganado un padrastro. Es muy tarde, Úrsula todavía no regresa, pero cuando regrese dejará de escribir, cuando regrese o cuando el sueño sea realmente insoportable.

Dentro sus figuras paternas se encuentran también algunos profesores que, sin saberlo, han impactado muy profundo y han acompañado el crecimiento y el aprendizaje de A. Los profesores, su abuelo, la literatura. A recuerda una charla de hace unas semanas con una compañera de trabajo, él leía Facsímil, de Z, su compañera le preguntó por su libro favorito y él no pudo responder, pero entonces pensó en que tiene muchos libros favoritos, incluyendo el antes mencionado. Hablaron de libros y de profesores, y llegaron a la conclusión de que los libros y los profesores se parecen, al final uno tiene muchos profesores, uno lee muchos libros, pero sólo unos pocos son, realmente, memorables. Al finalizar esa charla le escribe a R para que lo acompañe en esta presentación, o para dejarle el trabajo más difícil, presentar a Z. A se siente en desventaja, Z  es uno de sus autores favoritos y R una de las personas que más admira en el ámbito académico. Pero los escritores y los académicos también lloran, lo cual para A es importante. Una vez vio llorar a R, nunca ha visto llorar a Z porque nunca lo ha visto antes, pero vio llorar a R. En medio de la pandemia y las clases virtuales, en clases de Literatura comparada, la clase que A esperaba con más entusiasmo, una mañana fue cancelada por R, su perro había fallecido durante la madrugada, no había fuerzas ni ganas para dar esa clase, A habría dejado de dar clases un mes si Úrsula se hubiera muerto, si Úrsula muriera, no querría saber de nadie. A propuso a sus compañeros de curso leerle a R en la siguiente clase fragmentos de “Platero y yo” de Juan Ramón Jiménez. El resultado de la anécdota va a dejarlo para quienes escuchan, basta con imaginar a un grupo de adultos jóvenes intentando, de algún modo, con literatura, consolar, acompañar en su dolor, a su profesor de literatura comparada, decir, de algún modo aquí estamos, y aquí nos vamos a quedar.

Por lo demás, leer a Z para A ha sido siempre una forma de volver a la literatura, Úrsula sigue sin volver a casa, pero A está entregado a la lectura, y a la escritura, que no son lo mismo pero se parecen. Piensa en lo que le gustaría decirle a Z, piensa que agradecerle es simple, agradecerle por tantas risas, le gustaría también reclamarle por tanto llanto, pero un reclamo no sería lo adecuado, quisiera poder resumir todo a una frase, como “nunca más volvieron a verse” o “el resto es literatura” o “gracias, viejo culiao”, no puede utilizar la primera porque realmente no le gustaría que ese fuera el fin de este texto, tampoco quiere utilizar la segunda, porque sería copiarle a Z de forma descarada y la tercera, aunque quizá sea la que mejor resuma lo que siente por hacerle pasar del llanto a la risa y de la risa al llanto, le parece un tanto grosera, inadecuada.

“Es de noche, siempre es de noche al final de los textos” dice Z, A se encuentra muy cansado para seguir, sabe que Literatura infantil es una forma de volver a las figuras paternas, una reflexión profunda y necesaria sobre la paternidad, una carta al hijo, la carta que él jamás recibirá, o que sí recibe, de otra figura paterna, de sus escritores, de la literatura. Úrsula todavía no llega, A espera, preocupado, que caiga, no la noche, pero algo, Úrsula, una forma digna de terminar el texto, fuerzas para seguir creyendo en la literatura. Pero Úrsula no llega, a partir de hoy, si regresa, no volverá a dejarla salir. Decide ir a dormir, y terminar el texto con la que podría ser su frase favorita de Z, la que siente que más lo representa:

“Ahora pienso que lo mejor que he hecho en estos años ha sido beber muchísima cerveza y releer algunos libros con devoción, con extraña fidelidad, como sin en ellos latiera algo propio, alguna pista sobre el destino. Por lo demás, leer morosamente, echarse a la cama largas horas sin solucionar nunca la picazón en los ojos, es la coartada perfecta para esperar la llegada de la noche. Y eso espero, nada más: que la noche llegue pronto”.


Ángel Hurtado

(Morelia 1999) egresado de la licenciatura en Lengua y Literaturas hispánicas por la UMSNH, librero y promotor de lectura.

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