Gaspar y yo

Caliche Caroma

Espero, sinceramente, que deje de ser requisito la muerte para los homenajes. Aunque Gaspar Aguilera tuvo sus reconocimientos en vida, tanto de sus amigos como de las autoridades culturales, “algo de algo”, como dice uno de los personajes de Juan Rulfo, pero nunca es suficiente. Allí está el libro de Raúl Mejía como muestra de estos reconocimientos en vida: Coloquio de circunstancias con Gaspar Aguilera, ABZ Editores, 2017. Ahora se juntaron varias voluntades para brindarle un homenaje póstumo al poeta de Pirénico y Los ritos del obseso, dos de sus libros, o como se dice en la jerga burocrática, de su vasta producción literaria: LA POESÍA / se reveló como un soplo agónico / al oído de mi abuelo materno: / “nombra las cosas para que al fin existan…” / alcanzó a murmurar.  

Fue Gustavo Ogarrio quien me invitó a la celebración de la poética existencia del escritor que vivió en la calle Paseo del Guamúchil de la colonia Prados Verdes, barrio algo bravo de Morelia, no recuerdo el número, pero en esa casa pasé varias tardes y noches hablando de literatura, tomando vino tinto y aprendiendo, a mí manera, lo que significa ser un poeta. Me llevó Sergio Camacho, un adicto a los homenajes en vida. Nunca dejará de sorprenderme la figura de su mamá cuidándola y desviviéndose por atendernos. Gaspar Aguilera siempre fue compartido con sus libros, anécdotas y contactos. Él me prestó por primera vez, circa 2003, El perseguidor, el nombre de Julio Cortázar estuvo junto con pegado a la vida y obra de Gaspar, un mutuo reconocimiento que hoy se puede verificar en obras como Imago Mundi e Historia de todas las cosas, el libro que fue el pretexto para incluirme en esta reunión de nostalgias, 10, 11 y 12 de noviembre de 2022: ESTAMOS HECHOS DE TIEMPO / y nuestra mayor virtud / es asumir su peso.

En 2005 decidí irme a La Habana para probar suerte en la universidad, pero lo único que probé fue el ron, la marihuana del caribe y las mieles del socialismo. Gaspar me dio una carta de recomendación para presentarla al ministro de cultura de la isla en aquel entonces, Abel Fernández. En Cuba todos conocían al autor de Los últimos poemas de Dante, hablaban de él con cariño e incluso citaban fragmentos de sus poemas. «Eso es ser poeta», me dije. El también ensayista me pidió un favor, entregarle un libro a un viejo amigo que trabajaba en Radio Cubana, pero ese primero de mayo que llegué a la tierra de Reinaldo Arenas fue el mismo día que murió su camarada, del cual he olvidado su nombre, pero no olvido la tristeza de Gaspar cuando le comuniqué aquel deceso: EL DESORDEN APABULLANTE DE TODAS LAS COSAS / fue la imagen que definió la muerte.

En fin, que esto parece sólo un pretexto para hablar de uno mismo y no del homenajeado, ¡hasta dónde llega nuestra egolatría! Nada de eso, es sincera la memoria, también el cariño y el respeto para el poeta, algo así como un jazz que estoy inventando para él, ya sé que toco mal. Quienes lo homenajeamos sabemos que el destino ineludible de todos nosotros es la tumba y deseamos, de verdad lo esperamos, que alguien más nos recuerde cuando ya no estemos, para no caer en la verdadera y terrible muerte que es el olvido. Unos meses antes de su partida le mandé un mensaje a Gaspar, quería entrevistarlo para este medio, trataba de animarlo pues había sufrido una fuerte depresión con la pandemia, todo lo que se relaciona con esta enfermedad que nos obligó a usar tapabocas y a recluirnos en nuestras casas es deprimente.

“Hola, mi querido Caliche. Mil disculpas por la demora en responder, pero me quedé sin compu porque chafió y no he podido comprar otra. Al inicio de la cuarentena me dio una depre profunda y un cuadro de severa anemia, nos llevaron, a mi madre y a mí, a Puebla para recuperarme y la libré. Estamos de regreso en Morelia desde hace unas semanas”, estas fueron las últimas palabras que Gaspar me escribió, antes de eso me había mandado un mensaje cuando se enteró que me asaltaron y me navajearon, le conté que a mi amiga Sandy le habían sacado un ojo en esa madrugada: “¡Qué coraje! esta ciudad está cada vez más insegura”, y le dije que no se preocupara, no nos habían robado la vida, y eso era ganancia.

El domingo 7 de noviembre de 2021 viajaba en un camión rumbo a Uruapan, iba por la carretera libre, me había encontrada a una amiga que se dirigía a la Perla del Cupatitzio para asistir en un parto al estilo tradicional, ella estudiaba dicho método con unas comadronas de la región. En eso estaba cuando recibí un mensaje, ya no me acuerdo de quien, “Gaspar Aguilera ha muerto”. Me quedé callado, ¿qué otra actitud se puede adoptar ante la muerte de alguien querido? Esa noche tocamos en una cafebrería que ya no existe, le dedicamos unos sones a la memoria del poeta, quedó por allí la grabación y la dedicatoria: LA BUGAMBILIA / se estremece bajo el temblor de la lluvia / tras el árbol profundo: / la oscuridad lo gris el vacío.  

Ojalá que este homenaje se prolongue hasta la embriaguez de los días y las noches, que surjan lectores de todas las edades, lenguas y colores, que se editen las obras completas e inéditas, las ediciones críticas, ilustradas; que se instale un premio de poesía con el nombre de Gaspar Aguilera Díaz, que le pongan su nombre a una calle, a una escuela, en fin, que la presencia del poeta sea voraz y que su palabra resuene y nos trascienda e inspire. Aquí la dejo porque lloro muy fácil cuando de un amigo se trata: LOS SIQUIATRAS DICEN / que el amor es una culpa permanente / los sicoanalistas que es un vacío inabarcable / los católicos que es un pecado irrevocable / declaro —con mi amor— / que el amor es un estado de gracia permanente.


Fotos: Wendy Rufino

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