Huyendo de Borges

Gerardo Pérez Escutia

Hace unos días se conmemoró el cumpleaños de Jorge Luis Borges y como cada año desde su muerte en 1986, leo algo de él, en esta ocasión, tal vez por un exceso de nostalgia decidí escribir estas líneas a modo de personal homenaje al escritor que tal vez haya influido más en mí durante todos estos años.

Desde hace muchos años intento huir de Borges; desde muy joven yo ya militaba en la izquierda, la cual era, en aquella época, intransigente, doctrinaria y había condenado a Borges por reaccionario, así que buscaba evitarlo pero era inútil, aunque lo intentara siempre se me aparecía en cuanta librería o biblioteca frecuentaba, estaba ahí con su mirada de ciego iluminado y yo nada podía hacer más que sucumbir entre temeroso e intrigado al embrujo de su prosa. 

Así conocí el temprano mundo de los “orilleros”, de los gauchos y cuchilleros sudamericanos en esas narraciones llenas de machismo, duelos a muerte, milongas, y aunque yo decía ¡esto es costumbrismo! siempre claudicaba ante el misterio de su escritura que me transportaba a esa época llena de resonancias antiguas.

Al poco tiempo me lo topé en un libro que compilaba sus conferencias, donde disertaba sobre la pesadilla, La Divina Comedia o Las mil y una noches… Y nuevamente caía en sus redes, su lectura me llevaba a mundos ancestrales, aquellos en donde nacen la épica y los mitos, mundos en donde lo fantástico no se distingue de lo real, ahí donde se fraguó entre sangre y espadas el origen de toda nuestra cultura actual.

Mientras tanto, la frágil y elegante figura de Borges se agrandaba, su prestigio poco a poco lo convertía en un clásico viviente, atemporal, guardián y depositario de lenguas, tradiciones antiguas y sobre todo en un personaje exasperantemente sabio.

Ya entonces tanto sus cuentos como su poesía eran ubicuos: los espejos, los laberintos, las bibliotecas, las sagas nórdicas, Stevenson, Poe, Melville, Conrad, muchos autores y temas más, eran su patrimonio, su geografía, y uno no podía más que sucumbir ante su palabra escueta, irónica, certera ante su apabullante cultura, su desarmante sencillez y su humildad personal.

Al pasar los años, Borges -ya ciego- seguía leyendo a través de su fiel Maria Kodama, escribía y viajaba, se multiplicó en ensayos, entrevistas, encuentros literarios, dejaba por donde pasaba a multitudes tanto de lectores como de oyentes rendidos ante su oficio y su persona.

Borges con sus dotes de adelantado, prefiguró y nos habló en 1949 de lo que hoy conocemos como Internet, en su famoso cuento El Aleph, donde también narraba que sus pesadillas lo llevaron a escribir uno de los cuentos más bellos y enigmáticos de nuestra literatura Funes el Memorioso y, por si fuera poco, escribió sobre un improbable viaje en el tiempo en su misterioso cuento El otro.

Buenos Aires fue otra de sus obsesiones, aunque se consideraba un cosmopolita ciudadano del mundo, le dedicó a su ciudad versos memorables en Buenos Aires y Fundación mítica de Buenos Aires. En su poesía siempre se decantó más por la épica que por la lírica, sus versos están poblados de golems, de cruentas conquistas, de espadas y de tragedia, la mayoría de sus poemas hunden sus raíces en los mitos fundacionales de la historia occidental, agotando la mitología nórdica, las gestas anglosajonas y muchas de las obsesiones de nuestra cultura como la alquimia, la filosofía y lo fantástico.

Ya viejo Borges, se decía de él que no existía, que nadie podía ser tan sabio, que un grupo de eruditos en diferentes temas eran quienes escribían su obra y que él era un actor que lo representaba, ante lo cual, él afirmaba que esto era la absoluta verdad e incluso escribió un cuento a modo de parodia: Borges y yo.

Muy a su pesar se convirtió en un “mito viviente” que estaba por encima de los premios y los reconocimientos (nunca le dieron el Premio Nobel), hasta Umberto Eco lo convirtió en el personaje principal de su obra más famosa: El nombre de la Rosa.

Hoy día ya no huyo de Borges, es inútil, si abro un libro de, supongamos: Irene Vallejo, ahí aparece en sus páginas, si lo hago con uno de Savater o de Vargas Llosa, me pasa igual, siempre asoma su socarrona figura en alguna frase o hay alguna referencia a su persona, incluso leyendo novela negra, la cual le gustaba bastante, al punto de ser uno de sus más grandes promotores en nuestra lengua, así como también de la ciencia ficción. Al parecer Borges se empeña en ser tópico y referente universal de la literatura.

Borges, al igual que Homero, con el tiempo irá perdiendo su esencia individual y pasará a ser parte de nuestro patrimonio cultural y memoria colectiva, cosa que seguramente le sonrojaría, ya que él afirmaba: “Pienso en la inmortalidad como una amenaza, una amenaza que nunca se cumplirá. Yo estoy seguro de no ser personalmente inmortal. Y siento que la muerte será una suerte de felicidad, ya que ¿qué mejor destino puede haber que la indiferencia y el olvido?”Por ello ¿qué le voy a hacer?, estoy condenado a seguir leyéndolo y asombrarme igual, como aquel remoto día de hace muchos años, cuando por primera vez me obligó a leer un cuento suyo: Tlön Uqbar, Orbis Tertius.

Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan la opinión de el artefacto.

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