Todo con nada

Caliche Caroma

En algún lugar de la avenida Madero Oriente, al lado del pizarrón que anuncia el sabroso pero peligroso chessecake, puerta grande de madera, arco de cantera, pared guinda, allí ocurrió lo inesperado, fue en este lugar en donde se sacudieron el polvo del ser unas 50 personas, aproximadamente. Tanto el elenco de Ególatras Homicidas como el público que asistió a la performance dirigida por Esparta Martínez, recibió un buen madrazo en la percepción, ¡órales, para que despabilen! Lloviznaba en la ciudad de la cantera rosa, las ganas y el morbo por degustar los atributos del Coro de los Niños Nalgones de Morelia se mezclaban con el tufo de la noche, que olía a misterios de Eleusis, sudor de pompis desnudas.

La luz en el recibidor/lobby/consultorio era blanco nosocomio. La gente comenzó a llenar el cuartito, viejos conocidos, caras nuevas, no sabemos. Al parecer, no había recepcionista, pero sí escritorio, alguien se sienta detrás, ¿usted trabaja aquí?, no, para nada, vengo al ¿show? Esperar, a ver qué pasa. En una esquina la puerta que invitaba a subir las oscuras escaleras. El agradable desconcierto de los que iban llegando a la cita de las 20:00 horas se podía tocar, espeso pero no molesto; no es apto para menores de edad, alguien dijo. Pasos en la azotea, gritos y dan la primera llamada con un “¡hijo de la chingada” y “¡no me alcanza para la puta renta!”, en un repente un hombre casi desnudo (señal de la cruz) aparece por la puerta de las escaleras y alborota el recibidor/lobby/consultorio, las cámaras fotográficas y celulares se aprestan para atrapar el momento.

Fridha María, médium e iluminadora en Ególatras Homicidas, portaba un vestido negro, descalza, barro en el rostro y sin decir una sola palabra, también hizo su aparición. Ella dio la segunda llamada, pero sin dar la segunda llamada, en su mudo papel, siempre en personaje, llevó a los asistentes al piso de arriba. Anfitriona de este infierno, la Divina Comedia y el Mictlán, qué buenas referencias, pero ¿son a propósito? En la planta alta ya no había blanco nosocomio, la penumbra lo abrazaba todo, parecía que estábamos en la película Begotten de Edmund Elias Merhige. Entre polvo y chatarra, sobre una mesa, Esparta se columpiaba peligrosamente mientras se cortaba el cabello, la máquina de rasurar era el soundtrack macabro con el que recibían a público que se preguntaba, ¿qué diablos hago aquí? Luego un chelo o algo parecido.

Al nuevo foro le pusieron La Polvareda, las razones eran sucias, pregúntale al viento. Sobre un bote de basura, la mujer de vestido negro, daba la señal de bienvenidos, cómo está usted. La impronta era seguir la titilante luz, el rastro de un ¿espectáculo?. Desconcertados y precavidos pasos, entrar en un cuarto largo y angosto, tapetes de palma en medio del suelo y sillas sólo del lado izquierdo, viendo de frente el escenario, aunque todo era escenario y hace rato que había comenzado la ¿función? El teatro de la vida.

Cuando la mayoría de los asistentes se encontraba adentro del cuarto a media luz, tres (¿o eran dos?) personajes más hicieron su aparición, primero se manifestaron con gritos que provenían de un rincón más oscuro, el fondo inexplorado, la covacha de lo prohibido. El trío (¿o dueto?) avanzaba en cámara lenta y de reversa, arrastraban pedazos de metal oxidado, fantasmas que cargan viejas cadenas, la culpa y otros eslabones. Entraron, se cerró la puerta, no sin antes un poco de empujones, jalones, roces y la radio anunciando a Alfonso Martínez Alcázar, presidente municipal de la capital michoacana donde sucedían los trágicos hechos que aquí se narran: «Un Morelia que brilla».

El qué y el cómo. El trabajo corporal de Irepan Mejía, Cristian Cano y Aleph Toca fue durísimo y verosímil, la tensión de sus músculos los y nos hizo sudar, más de uno sangró, otro por allá lloró: “Me angustié cuando caminaron encima de los vidrios rotos, me acordé de los chavos del Metro”, dijo una de las asistentes en los comentarios finales, se refería a la botella y a la taza que rompieron durante el desarrollo de Ególatras Homicidas, mezcla de danza butoh, teatro distópico y ritual iniciático. Butoh si hablas ya no juego. Esparta Martínez trazó las rutas y atajos de esta cartografía, mapa del pathos contemporáneo, la dirección, ¿a dónde nos llevó? También llovía adentro, la tormenta polisémica, las interpretaciones, ¡las interpretaciones!

Las reacciones y comentarios finales, es allí donde se encuentran las claves y las maracas de esta impactante intervención en la psique de los que asistimos a esta casa de la Madero Oriente, «vuelva pronto». Por ejemplo, dice Daniela Maccheo Pérez, ya en sus redes sociales y sin pedirle permiso para citarla: “Tan necesario es el desahogue comunitario del día a día en una puesta en escena que te seduce, te abraza, te desborda, te cuestiona, te transgrede y te acomoda”.

Y es que Ególatras Homicidas se hizo con nada, pero lo logró todo. Movió el punto de encaje de artistas y espectadores expectantes, ése fue el regalo, además del cabello (¡qué bello!), una alucinada experiencia colectiva, sin más droga que la ¿actuación?: conmovió hasta las lágrimas, provocó la risa de algunos, asustó a otros más, mostró, desnuda, la inherente violencia que somos, y también nació, como gran final, la esperanza (nada), invisible pero sonora, en el improvisado llanto de una niña, ¿está grabado ese sonido?, Sacudida a los polvosos ánimos, buena arrastrada se llevó el Dasein purépecha (¡ah, no mames!).

En algún momento se le salió un testículo a uno de los ¿bailarines? Pero la sinfonía de sorpresas continuaba, cada cosa tenía el porqué de lo fortuito. Y un señor confesó que era su primera vez en algo así, acompañó a su hija que también era ejecutante de butoh, se sinceró y a medio comentario se le quebró la voz, lo mismo pasó con otro chavo de pelos pintados que, al parecer, iba con su mamá. Esparta Martínez explicó que muchas situaciones fueron inesperadas, aunque satisfactorias, entre ellas el mágico y reconciliador llanto de la pequeña, ¿de un año?, los comerciales de la radio, las cortadas y las gónadas al aire. Maravilloso se queda corto, ni tampoco terrible alcanza para dar cuenta de esta ¿misa negra? Y es que no se puede medir a Ególatras Homicidas con la vara de lo bonito o lo feo, tal vez sexual y teológico sean más atinados en el feo oficio de definir, como si Bataille se mezclara con Mad Max, como si David Cronenberg hubiera adaptado Ser y Tiempo de Heidegger. Qué viaje es esto de la existencia.


Imagen de portada: Carmen J. Cohen

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