Lengua tóxica

Ernesto Hernández Doblas

Pasar a la Historia es una de las ambiciones más fuertes –la otra es consumar una incisiva venganza en contra de adversarios y críticos- que desde hace años ha impulsado el hacer del hoy presidente de México Andrés Manuel López Obrador. Quedar en los libros como un antes y un después en la vida del país. Partir las aguas del tiempo. 

Más allá de filias y fobias, hay que decir sin titubear que lo ha logrado. La mayor parte de su vida política y personal es una odisea llena de matices pero con el distintivo sello de la resistencia. Muchas cosas pueden y deben criticársele, pero sin dejar de reconocer la potencia de su andar en la política con el espíritu del salmón. 

López Obrador ha enfrentado con denuedo a numerosos intereses que hicieron de casi todo para frenar su avance. Más de una vez parecía derrotado y desde ahí surgía con más y mejores armas. Logró dichas hazañas en base a un carisma innato, la cercanía física y discursiva con los más desfavorecidos y una capacidad notable para comunicar ideas fuertes y sencillas, es de decir: de impacto y memoria.  

Tres veces contendió por la presidencia. 2006. 2012. 2018. No es raro su convencimiento de que la necedad es una de sus mayores virtudes. La tercera fue la vencida y ganó. Ya en la presidencia, López Obrador ha hecho todo menos dejar las cosas como estaban. Resta saber con exactitud cuánto de esto ha sido positivo en contraste con lo negativo.

Pasar a la historia es algo que ya logró. Resta saber con exactitud el modo en que lo hará. Y así, entre sumas y restas, queda por saber si multiplicó bienestar o miseria en todos los sentidos. Aún entre los fervores de críticas y alabanzas, se tendrá que hacer un puntual retrato del rostro de lo que él ha llamado la Cuarta Transformación. 

En estos momentos, a cuatro años y medio de su mandato, hay aspectos visibles y claros, desde los que se puede reflexionar lo antes mencionado, pero junto a ellos campean la exacerbación, el dogmatismo y las aguas revueltas. Estos tres elementos han sido en gran medida parte central del modo de gobernar de un mandatario que se mueve como pez en el agua en el terreno de la confrontación sin tregua, la ambigüedad y la improvisación.

No cabe duda de que él mismo considera importante la exacerbación de los ánimos, la polarización de las posturas y el constante box de sombra y de contacto frente a los que no piensan igual. Esto le parece sano y pedagógico para la vida pública del país. No ve en ello más que buenas consecuencias. 

De las muchas características evidentes del sexenio a punto de concluir está la de manejar un discurso simplista muy acorde a ese empeño de polarizar, dividir, atacar y cerrar opciones al diálogo y la reflexión más profunda. Además de sus acciones, a un político se le debe juzgar por sus palabras ya que son parte importante del modo para evaluar -entre otras cosas- su congruencia.

Cuarta Transformación es el apellido que López Obrador le ha puesto a su período gubernamental con la intención de sumarse a la corriente histórica de los grandes cambios en el país. A punto de concluir su sexenio, es mucha la distancia entre los dichos y los hechos además de haber traicionado, tergiversado y desmentido buena parte de sus promesas de campaña.

Al contrario de lo que piensa, la ciudadanía no se politiza con este ambiente sino se transforma en mera replicadora de lo que desde el altavoz de su investidura lanza. Redes sociales y conversaciones de todo tipo dan muestra de ello. Se repiten slogans, posturas, fraseos, consignas. En pocos lados se puede dar espacio para el verdadero pensar. 

Cuando López Obrador era opositor al régimen, su figura creció significativamente gracias al conjunto de acciones que emprendía -cercanas a lo radical- así como a un discurso, siempre puntual, de certera denuncia respecto a las mil y un deficiencias y lodazales del poder en turno.

Una vez obtenida la presidencia, ocurrió un fenómeno que podríamos llamar: triple personalidad. Su actuar, pero especialmente su decir, está dividido entre el de un líder opositor, un candidato eterno y un presidente más bien rijoso. 

Su forma de comunicar está sustentada en lo ambiguo, lo francamente mentiroso, lo demagógico y un afán obsesivo por lanzar dardos sin tregua a todos quienes no piensan como él. Su obsesión es destruir por completo a sus enemigos y adversarios. Usa las palabras como dardos. Para él, comunicar es imponer. Nunca da oportunidad para el reconocimiento del equívoco incluso cuando éste se le presenta en forma de datos duros, cadáveres o exigencias de justicia. 

Le interesa más sostener las banderas de la confrontación que sanear verdaderamente la vida pública y política del país. Cada que repite su frase «no somos iguales» se refleja de cuerpo entero en el mismo espejo que dice rechazar. 

Andrés Manuel López Obrador ya hizo historia con la odisea emprendida a finales de los años ochenta que desembocó en la obtención de un gran triunfo electoral que le hizo obtener la presidencia. Sin embargo, al asumir ese cargo, ha envuelto a la sociedad en un permanente conflicto, en una constante zona de discusión bizantina y sin mayor sentido ni provecho que fortalecer una idea de país cuyo gran dictador de lo bueno y malo es él.

Desde su lengua tóxica, el virus de la polarización se multiplica como si fueran los panes y peces infectados que un mesías reparte a quienes confiaron en él para un cambio verdadero y profundo. El sermón de la montaña es un recetario ad nauseam de slogans, consignas y mentiras repetidas mil y un veces para convertirlas en verdades para ingenuos.  

No hay duda de que quien fue uno de los líderes indiscutibles de la oposición y las transformaciones políticas en las últimas tres décadas, está convencido de estar llevando a cabo mediante sus palabras, un proceso de concientización y avivamiento. Desde sus diarias conferencias de prensa, está seguro de estar siendo la voz suprema de la conciencia y la moral de este país. 

Sin embargo, lo que en realidad ha provocado es un empequeñecimiento de las posibilidades de pensar la complejidad. Las posibilidades de pensar. Ése ejercicio que para lograr su plenitud no permite absolutos, necedades ni cruzadas.

Sobre las aguas de por sí turbias y revueltas de la vida política del país, quien lo gobierna ha dispersado el virus del rencor como uno de tantos elementos de provecho electoral.

«Benditas redes sociales» ha sido una de sus tantas frases socorridas. Y es lógico que las alabe porque son el espacio idóneo para la vitalización del enfrentamiento que en tan alta estima tiene.

Al salir de la presidencia, López Obrador no dejará en lo sustancial una mejor nación pero sí a una sociedad sin justicia, seguridad, salud, educación y cultura pero con montañas de mentiras, división y fervores tóxicos. Una pandemia verbal de pronóstico y duración reservados.  

Ernesto Hernandez Doblas

Ni la secundaria terminó pero insiste en escribir poemas, ensayos, minificciones y dislates de todo tipo. Ha publicado por obra del azar y las circunstancias algunos libros de poemas. Dar talleres literarios le apasiona porque así puede seguir aprendiendo. Fue novillero en sus años mozos y luego darketo. Actualmente es un embobado abuelo. Como José-José, ha rodado de aquí para allá y en ese balbuceo vital ha participado en una película, tres cortometrajes y algunas obras de teatro. Anduvo unos años haciéndole al reportero, trabajó en gobierno un tiempo así como de empleado en dos tiendas departamentales entre otras actividades, pero la mayor parte de su vida ha ejercido como desempleado. Es adicto a la literatura perversa, oscura y maldita. Ermitaño. Su mantra preferido: «preferiría no hacerlo».

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