Libros dinamita

Ernesto Hernández Doblas 

Y las causas
Lo fueron cercando
Cotidianas, invisibles.

Causas y azares, Silvio Rodríguez 

I

A veces me visita un recuerdo: mi padre con un libro bajo el brazo. Todo el tiempo entraba y salía de la casa con ese aspecto más que de intelectual de apasionado lector. De un lector que si no lee, siente que se ahoga en mitad del mar que es la vida. Los libros eran su tabla de salvación, su isla y su mejor manera de mirar al mundo en un espejo más fidedigno que lo real. No lo sé de cierto, lo supongo. Yo iría a repetir con exactitud esa misma estampa desde mi adolescencia hasta el día de hoy. Otro recuerdo: la modesta pero interesante biblioteca que mi padre había reunido y que estaba a disposición de todos, pero a la cual, por razones que no entiendo, era yo el único quien una y otra vez acudía a ella en busca de palabras, de imágenes, de historias y de ritmos que entraban por los ojos para quedarse piel adentro en resonancias que aun. Un recuerdo más: las lecturas que nos compartía mi padre antes de comer. Su voz dando voz a textos propios o ajenos, su voz colocándome alas, su voz de corazón. En ocasiones nos pedía a mi hermana, a mí y a mi madre, que cada uno eligiera unas páginas para leerles a los demás. El momento de la elección y de su posterior lectura eran unos de los que más gozo me ha dejado de la infancia. 

II

Hace tiempo caí en cuenta que los libros han sido una de mis mejores maneras de estar solo. La pregunta sobre porqué desde temprana edad me dio por leer, es la que me llevó a ese aserto. También desde aquellos primeros años fue una forma de protegerme, o por lo menos de sentirme protegido en un mundo hostil e indiferente. Hostil e indiferente es para todos –nuevamente no lo sé de cierto, lo supongo-, sin embargo cada quien vamos encontrando métodos para resistir y enfrentarlo, para surfear en esa realidad. Descubrí que la literatura me ha permitido andar en libertad y gozo en ese universo vasto que cabe en unas páginas. La imaginación: madre protectora, mansión del hijo pródigo que soy, cuna de cuerpos hechos de palabras. Lugar al que siempre puedo ir con la seguridad de que sus probables peligros me serán benéficos. Estoy de acuerdo con quienes han censurado libros a lo largo de la historia. Hay muchos aspectos de ella que –afortunadamente- son malignos para quien se le acerca. Estoy de acuerdo con ellos y en buena medida por eso leo. En una de sus frases demoledoras el filósofo Emil Cioran sentenció que “Un libro debe hurgar en las heridas, provocarlas, incluso. Un libro debe ser un peligro”. Coincido con él. Si un libro no es dinamita no suele interesarme. Un libro puede ser un peligro real para todo autoritarismo, para toda certeza, para quienes desearían que viviéramos en el paraíso del pensamiento único. Pensar es peligroso en más de un sentido, mucho más si ese pensamiento está potenciado mediante la sensibilidad y viceversa. Treinta años después de la primera vez, sigo leyendo. Porque sí. Porque respiro oxígeno furioso entre los libros, porque nada es tan real y fiel como su engaño colorido. Porque gracias a ellos -a veces-, puedo hablar a nombre propio y deslizar una invisible tinta: carnada para mi muerte.

III

La literatura no hace mejor a las personas. Siempre que alguien quiere fomentar la lectura y de inmediato suelta la sentencia de que gracias a los libros el mundo es o puede ser mejor, me alejo de ahí. No quiero a nadie cerca de mí que con una sonrisa en los labios me quiera convencer de que leyendo se hallará la paz en el mundo. La literatura no hace mejor a las personas. Además de que ésa no es su vocación ni su obligación. Habría que preguntarse primero a que se refieren con eso de “mejor”. ¿Mejor para qué o para quién? ¿Mejor en qué sentido? Ni mejor ni peor, sus efectos nunca se saben cómo serán. La moral siempre quiere llevar agua a su molino pero es justo una de las esferas de la vida humana que más fuertemente suelen ponerse en duda con el ejercicio de la lectura. Georges Bataille, filósofo, poeta y narrador francés, consideraba que la literatura debería estar cerca del mal, de lo contrario no es más que propaganda de cualquier ideología o partido. “De todo lo escrito, yo solo aprecio lo que está escrito con sangre” habló Zaratustra mediante la pluma de Friedrich Nietzsche. Esa sangre no es meramente pasión sino sacrificio. La escritura de la que hablaba el filósofo alemán era la del rugido del león queriendo liberarse de su espíritu de camello. Una vez liberado de sus mecenazgos, el arte fue arrojado a la libertad en donde se abren desiertos y se da la posibilidad de que el lenguaje, la razón y la imaginación extiendan los límites de lo posible, de lo pensable, de lo sensible. La literatura no hace mejor a las personas, las entrega al vértigo de lo que nace en medio de la oscuridad. La literatura no es un cuento de hadas para dormir infantes sino una constante agitación de espíritus en busca de romper, dinamitar, horadar, transformar. 

IV

A veces me visita un recuerdo: mi padre con un libro bajo el brazo. Nunca me impidió acercarme a ningún texto de los que tenía en la modesta pero interesante biblioteca familiar, nunca me dijo que había libros para niños y para adultos, nunca reprimió ninguna lectura. A mis once años me acompañaban Luis Spota, Pablo Neruda, Ramón Martínez Ocaranza, José Rubén Romero, Giovanni Boccaccio, Jorge Luis Borges y Efraín Huerta entre otros. Fue también en ese tiempo en el que lectura y escritura fueron una misma cosa. Mi padre, autodidacta como lo sería yo años después, ocupaba su tiempo en deslizar la tinta en la hoja en blanco para hacer aparecer palabras que formaban versos, versos anidando en un poema. Y luego en otro y luego en otro más hasta llenar decenas de libretas. Recuerdo su alegría cada que surgía de sus manos un escrito e incluso recuerdo que buena parte del tiempo no era uno sino varios poemas los que nos compartía en voz alta. A mis once años comencé a imitarlo. A traer un libro bajo el brazo, a llenar libretas con poemas, a compartirlos en voz alta, a pegarme a los libros como a una tabla en un naufragio que desde entonces intuí perpetuo. Esos recuerdos avivan el presente, lo transforman en un camino lleno de sentido. Un camino en donde importa menos el porvenir que el seguir tejiendo con paciencia los hilos más brillantes de todo lo que ha sido, de todo lo que fue, de todo lo que ha dejado en mí su indómita embestida de causas y azares.        

V

No me interesan sino los libros que de manera inmediata están conectados con la vida. No los que sean meramente un producto literario, un juego encerrado en las palabras y en su propia geometría de rectángulos sin puertas ni ventanas. Me interesan los textos que aborden las grandes preguntas, las que arden incesantemente adentro de la piel, las que rondan en los sueños como enloquecidas nubes cargadas de vino y miel. No me interesan los “clásicos” si no logran con/mover mi sed de asombro y la vital consumación de los días que pasan. No me interesan los experimentos con el lenguaje si a través de éstos no sigue palpitando todo aquello que antecede a las palabras. No me interesan los grandes nombres en literatura sino los fantasmas que horadan la fijeza, la normalidad, lo que se niega a todo sometimiento.  Aquellos que confirman la sentencia del filósofo Georges Bataille: “El corazón es humano en la medida en que se rebela”. 

Un libro debe ser dinamita o no ser.


Imagen de Kerttu en Pixabay




Ernesto Hernandez Doblas

Ni la secundaria terminó pero insiste en escribir poemas, ensayos, minificciones y dislates de todo tipo. Ha publicado por obra del azar ylas circunstancias algunos libros de poemas. Dar talleres literarios le apasiona porque asi puede seguir aprendiendo. Fue novillero en sus años mozos y luego darketo. Actualmente es un embobado abuelo. Como José-José, ha rodado de aqui para allá y en ese balbuceo vital ha participado en una película, tres cortometrajes y algunas obras de teatro. Anduvo unos años haciéndole al reportero, trabajó en gobierno un tiempo así como de empleado en dos tiendas departamentales entre otras actividades, pero la mayor parte de su vida ha ejercido como desempleado. Es adicto a la literatura perversa, oscura y maldita. Ermitaño. Su mantra preferido: «preferiría no hacerlo».

Loading

También le venimos ofreciendo:

Danos tu opinión: