Materia oscura: Ciencia ficción

Kurt Vonnegut

Hace años yo trabajaba en Schenectady para la General Electric, completamente rodeado de máquinas y de ideas para máquinas; entonces, escribí una novela sobre gente y máquinas, y las máquinas por lo general sacaron la mejor partida, como suele suceder con las máquinas. (La novela se llamó Player Piano, y se reeditó en edición rústica y de lujo). Y yo me enteré por los críticos que era un escritor de ciencia ficción.

No lo sabía. Suponía que escribía una novela sobre la vida, sobre las cosas que no podía evitar ver y oír en Schenectady, un pueblo muy real, ahora torpemente localizado en lo espeluznante. Desde entonces he sido un ocupante testarudo de un cajón de archivo titulado «Ciencia Ficción» y ahora me gustaría salirme, en especial debido a que muchos críticos serios confunden ese cajón con un orinal.

Aparentemente, una persona se mete en ese cajón al percatarse de la tecnología. Persiste la suposición de que nadie puede ser un escritor respetable y comprender, al mismo tiempo, cómo funciona un refrigerador, del mismo modo que un caballero no usa un traje marrón en la ciudad. La culpa la tienen las universidades. Sé que a los estudiantes de literatura inglesa se les alienta a detestar la química y la física, y a sentirse orgullosos porque no son aburridos y arrastrados y faltos de humor y belicistas como los ingenieros del otro lado del patio. Y nuestros críticos más destacados han sido por lo general estudiantes de literatura inglesa y siguen siendo escrupulosos con la tecnología hasta el día de la fecha. Por eso es natural en ellos el desprecio de la ciencia ficción.

Pero de cualquier modo existen aquellos a quienes les encanta estar clasificados como escritores de ciencia ficción, aquellos que se alarman ante la posibilidad de que quizás algún día serán reconocidos como simples y ordinarios escritores de cuentos y novelas que mencionan, entre cosas, los logros de la ingeniería y la investigación científica. Están contentos con el statu quo porque sus colegas les aman del mismo modo que se supone que hacen los miembros de las grandes familias pasadas de moda. Los escritores de ciencia ficción se reúnen a menudo, se reconfortan y elogian los unos a los otros, intercambian cartas a un solo espacio de veinte páginas y más, se emborrachan con afecto y, de un modo u otro, tienen un millón de latidos de corazón y de carcajadas.

He conocido algunos y son unas almas generosas y divertidas, pero ahora debo hacer una afirmación verdadera que los ubicará en la realidad: son gente de reuniones. Son una logia. Si no les gustara tanto tener una pandilla propia, no existiría una categoría como la ciencia ficción. Les encanta quedarse levantados toda la noche, discutiendo sobre la pregunta: «¿Qué es la ciencia ficción?». Uno podría inquirir con la misma utilidad: «¿Qué son los Alces? ¿Y qué es la Orden de la Estrella Oriental?».

Bueno, sería un mundo muy monótono sin agregados sociales carentes de sentido. Habría muchas menos sonrisas y el número de publicaciones se tendría que multiplicar por cien. Y hay que decir lo siguiente acerca de las publicaciones de ciencia ficción: si alguien puede escribir un poco, es posible que ellos lo publiquen. En la Edad de Oro de las revistas, que no pasó hace tanto tiempo, la basura inexcusable estaba en tal demanda que llevó a la invención de la máquina de escribir eléctrica, y, dicho sea de paso, financió mi fuga de Schenectady. ¡Días felices! Pero ahora solo existe una clase de revista a la que un principiante atontado puede solicitar un reconocimiento instantáneo como escritor. Adivinen cuál es.

Lo que no quiere decir que los editores de antologías y revistas de ciencia ficción carezcan de gusto. No carecen de gusto y ya hablaré de ellos más adelante. La gente que en esa actividad puede ser acusada con justicia de falta de gusto son el setenta y cinco por ciento de los escritores y el noventa y cinco por ciento de los lectores; o más bien, no se trata de tanta falta de gusto, sino de infantilismo. Las relaciones maduras, incluso con las máquinas, no llegan a esa mayoría contaminada. Lo que ellos saben de ciencia fue totalmente revelado en «Mecánica Popular» en 1933. Lo que saben de política y economía e historia puede encontrarse en el Information Please Almanac de 1941. Todo lo que saben de las relaciones entre hombres y mujeres deriva principalmente de las versiones limpias y pornográficas de «Maggie and Jiggs».

Por un tiempo enseñé en una escuela ligeramente inusual para chicos de curso secundario ligeramente inusuales; y la ciencia ficción actual les era desconocida; de hecho, toda la ciencia ficción. No podían distinguir un cuento de otro, aunque eran meticulosos y concentrados. Lo que les atraía, pienso, aparte de la novedad de ser libros de cómics sin dibujos, era la mantenida promesa de futuros que ellos, así como eran, podían manejar. En esos futuros, ellos serían suboficiales de alta graduación como mínimo y así tal cual eran, con granos, virginidad y todo eso.

Curiosamente, el programa espacial norteamericano no les entusiasmó. Esto no se debió a que el programa fuera demasiado maduro para ellos. Por el contrario, tenían encantadoramente claro que era dirigido y financiado por adolescentes duros de oído como ellos. Simplemente eran realistas: dudaban de que algún día se fueran a graduar en la escuela secundaria y sabían que cualquier desgraciado que esperase entrar en el programa tenía que tener un título universitario y que los buenos trabajos iban a manos de quienes tuvieran un doctorado.

Muchos de ellos se graduaron en la escuela secundaria, dicho sea de paso. Y ahora muchos de ellos leen sobre futuros y presentes y hasta pasados que nadie puede controlar: 1984, El hombre invisible, Madame Bovary. Tienen una pasión especial por Kafka. Los partidarios de la ciencia ficción podrían replicar: «¡Pero Orwell y Ellison y Flaubert y Kafka también son escritores de ciencia ficción!». A menudo dicen cosas por el estilo. Algunos están tan locos que intentan capturar a Tolstoi. Es como si yo afirmase que toda persona de nota pertenece de manera fundamental a Delta Upsilom, mi propia logia, lo supiese él o no. Kafka hubiera sido un miembro desesperadamente infeliz de DU.

Pero escuchen, acerca de los editores y antólogos y escritores que mantienen a la ciencia ficción en un campo separado y vital: uniformemente son brillantes y sensatos y bien informados. Están entre esos preciosos y contados americanos en cuyas mentes se entremezclan dulcemente las dos culturas de C. P. Snow. Publican tanto material malo porque el bueno es difícil de encontrar y porque piensan que es deber suyo alentar a cualquier escritor, por más espantoso que sea, que tenga los cojones suficientes para incluir la tecnología en cualquier ecuación humana. Bien por ellos.

Y las consiguen de tanto en tanto. Junto a la peor literatura de América, lejos de las publicaciones educacionales, publican parte del mejor material. Son capaces de conseguir unos pocos cuentos realmente excelentes, pese a los bajos presupuestos y a la audiencia inmadura de lectores, porque para unos pocos buenos escritores, esa categoría artificial, el cajón de archivo marcado como «ciencia ficción», siempre será el lugar en que estén a sus anchas. Estos escritores están envejeciendo rápidamente y se merecen ser llamados grandes.

Cuentan con sus honores. La logia siempre se los brinda. La logia se disolverá. Como sucede a toda logia, tarde o temprano. Y más y más escritores en la «corriente principal», como la gente de la ciencia ficción denomina al mundo fuera del cajón de archivo, incluirán la tecnología en sus historias, por lo menos le otorgarán el respeto que en una narración se le debe a una suegra maliciosa. Mientras tanto, si ustedes escriben historias que son frágiles en el diálogo, la motivación, la caracterización y el sentido común, pueden hacer algo peor que un experimento con la química o la física, o hasta con las ciencias ocultas, y enviarlo por correo a las revistas de ciencia ficción.

Kurt Vonnegut Jr (EUA. 1922-2007).

Nació en Indianápolis, localidad del estado de Indiana (Estados Unidos), hijo de Edith Lieber y del acaudalado arquitecto Kurt Vonnegut. A pesar del alto linaje familiar, su riqueza se vio maltrecha debido a la crisis económica de la Gran Depresión de finales de los años 20.

El pequeño Kurt, después de pasar por la Escuela Orchad de Indianápolis, acudió al instituto Shortridge, centro en el que colaboró en la confección de la publicación escolar escribiendo columnas y reportajes.

Comenzó a estudiar Bioquímica en la Universidad Cornell, en donde realizó colaboraciones periodísticas.

En el año 1942 abandonó Cornell para ingresar en el ejército después de pasar brevemente por el Instituto de Tecnología de Carnegie.

En 1944, mientras Kurt estaba participando en la Segunda Guerra Mundial, su madre se suicidó con una sobredosis de somníferos.

A finales de ese mismo año, Vonnegut fue capturado por los nazis en el Bulge y confinado en Dresde, asistiendo al terrible bombardeo al que se ve sometida la ciudad alemana.

Esta experiencia le valió como base de su obra Matadero 5 (1969), una novela que mezcla realidad y ciencia-ficción con tintes surrealistas para configurar una visión crítica, no exenta de humor, de la sociedad y especialmente de la crueldad bélica, convirtiéndose en uno de los libros pacifistas más importantes del siglo XX.

Esta constante crítica social, con tendencia a la sátira y el humor negro con empleo de elementos vanguardistas y fantásticos fueron la base de sus trabajos más prestigiosos.

A su regreso regresó a los Estados Unidos y por sus servicios en la guerra fue condecorado con el Corazón Púrpura, se casó con Jane Marie Cox antes de comenzar a trabajar como periodista en la ciudad de Chicago, en cuya universidad acudió a estudios de Antropología, siendo rechazada su tesis titulada: “On The Fluctuations Between Good And Evil In Simple Tales”.

En el año 1947 trabajó en la General Electric como relaciones públicas. Tres años después, en 1950, logró publicar su primer relato corto: “Report On The Barnhouse Effect”. En el año 1952 apareció su primera novela, La Pianola (1952), también conocida como Utopía 14.

En 1959 publicó Sirenas de Titán, novela nominada al premio Hugo que fue continuada por títulos como:

Canary In a Cat House, un libro de relatos cortos; Madre Noche, libro ambientado en la época nazi; Cuna de Gato. Dios le bendiga, Mr. Rosewater, títulos que le fueron otorgando suficiente identidad literaria como para salir del anonimato.

En 1969 apareció la citada Matadero 5, un libro que le otorgó definitivamente la popularidad internacional.

Fue nominado al Premio Nébula y al Premio Hugo.

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