Materia oscura: Un brindis para Manuela

Roberto Maldonado Espejo

“Aquí se hace la circuncisión por desgaste”, se leía en los garabatos de la fachada del “Mocambo”. Dudo que a esta exageración correspondieran los acontecimientos en los cuartos al lado del pasillo más allá de la barra y la rockola. 

Este grafiti pasó, desde mi infancia, a la proverbial lista de “dichos” que me ayudan a saborear cierta retórica. Y aunque faltaban lustros para sorprenderme de su origen y autoría, no faltó nada para agregarlo a la larga lista de chistes a propósito de la puñeta. 

Aún no teníamos el derecho de penetrar esos lares cuyo misterio no era lo que ahí se hacía, eso lo sabíamos bien, pero de oídas, ni siquiera en teoría. Lo otro, la chaqueta, lo era bien y, a pesar de que nos podía salir el maldito pelo en el centro de la mano, o se nos podía partir en dos el pito, podía ser, también, que se nos llenara de llagas purulentas y se nos cayera la cabecita como cayo remojado. Todo eso era miedo, más miedo que lo otro, volvernos locos de tanto jalárnosla, “Mira lo que le pasó a Baro por andarse manoseando tanto.” Entonces no batallábamos ni en preguntas ni en respuestas “¿Ya te salen?” “¿Ya te la jalas”? Y era deshonrosa la negativa, todos presumíamos los mentados chisguetazos capaces de llegar al centro de la cancha de básquet y no había maestra que estuviera exenta de ser musa y destinataria de multitudinarias puñetas. Allá, en las ajuntas del río, a donde no llegaban las niñas, las tardes eran el jardín de Afrodita: un montón de camaradas jalándose la pija alegremente a ver quién mandaba más lejos la única buena leche de la que somos capaces los hombres. 

Imagínese usted esas noveles próstatas en el esplendor del anochecer plateando con pirotecnia seminal un cielo más que azul para la fiesta de la carne. Ya el domingo nos reiríamos del padre Jardiel y su sempiterno discursito sobre el pecado solitario. 

¿Qué cambió?; ¿a qué hora aquello se volvió trabajoso y se revistió de “Bueno… es natural… a esa edad?” ¿Cuándo se instaló la dolosa: ¿A poco todavía te la jalas? y la acusación de puñetero se volvió un insulto? Cosas de la edad, pero no siempre: el signo nos persigue en la vejez. 

A principios del siglo XX se armó una airada protesta porque las autoridades de Nápoles querían destruir lo que quedó del burdel de Pompeya, ahora se pasean en esa pocilga los turistas más que por los baños romanos. Nadie protestó porque uno de los pequeños frescos que adornaban las paredes con ilustraciones ad hoc fue destruido. Los demás están ahí, sólo falta el del centurión que se masturbaba frente a dos hetairas que se lamían la raja… Los demás causaron hasta vítores por la libertad.

Ahora, con esta liberación sexual, con la valía casi de todo, en un mundo donde todo vale sexo y dinero, el tabú convive junto a los discursos de una supuesta naturalidad que está más en la saliva que en la buena leche. 

Seamos francos, bajo el eufemismo de autoerotismo se esconde una pena añeja más que un pene amiguero. Y hablo de hombres educados, tanto como para escribir Los Sueños de Onán. Bajo estos discursos ingeniosos y bellos, entre estas frases llenas de ritmos y filos, cualquier lectura sintomal descubre la vergüenza, el encono o la melancolía, síntomas indudables de una culpa añejada en generaciones nacidas de este lado del mundo. 

Ahí, donde se hubieran asegurado epifanías desafiantes como pájaros sin jaulas que volasen con todo y nido puesto, ahí donde el lenguaje está a punto de decir lo que el escritor no sabe que sabe, surge el paredón que fusila la palabra y aflora la fórmula justificante de una aparente modernidad que puede ser todo menos puñetera. 

Esto no resta interés al libro Los Sueños de Onan ¡todo lo contrario! Veremos a los campeones de los cien metros coger su máxima velocidad para cojear en la meta y evitar cogerse la pichilingüiquilla. En estos textos hacerse la paja tiene siempre sus motivos, a saber y recontando a) la carencia, quien tiene la voz se la jala porque no hay con quién coger. Ni siquiera la palidez de que no hay quién se la jale; b) la ausencia acariciada en el recuerdo y c) el rencor, que transforma el deseo inconcluso en despecho. 

¿Dónde empezó esto? 

Allá por el Renacimiento, Erasmo de Rotterdam increpó a John Colet que dictaba una conferencia sobre la vida de San Pablo, le habló de la manera humanista de leer la Biblia Y Colet le contestó Jerk off. Así lo consignó Dik van der Hatckoc. Fue la primera vez que se dio esta respuesta para algo que se duda, pero despierta interés, tal como ahora se puede decir, te la jalaste con la recopilación de este libro. Claro, Erasmo era un fiel heredero de la Edad Media, se había opuesto a la lectura diaconal que pretendía hacer de aquel periodo histórico una pura oscuridad y es precisamente en el libro que empezara con Fausto Andrelini y continuara toda su vida en ratos libres, Adagios, donde se encuentra el proverbio que ilustrara el burdel de mi infancia: “La mejor circuncisión es por desgaste.” 

Era sarcástico este holandés, tanto como para dedicarle al papa León X su versión en vulgata del Nuevo Testamento, lo cual fue otra gran jalada. Claro, era hijo bastardo de una sirvienta y un goliardo, y fueron los goliardos a quienes se debe lo poco que se sabe del sexo en la Edad Media, ellos fueron los que escribieron “Canciones profanas para cantantes y coro para ser acompañadas por instrumentos e imágenes mágicas”, que Karl Orf encontrara en la abadía de Benedikbeum a principios del siglo XX para que la conociéramos como Carmina Burana, de más está decir lo que esto tiene que ver con el tema. 

En La llama doble, Octavio Paz analiza el amor cortesano, esto es, el de aquellos que tenían que preocuparse por la herencia. Los siervos… Bueno, los siervos siempre hacen de las suyas con lo único que tienen, su cuerpo. Cuando las fiestas de la cosecha, hombre y mujer terminaban los días en la taberna y si la mujer se embarazaba bienvenidas un par de manos más a casa. La Edad Media, aparte de los estamentos y la mayoría de las cosas que se desarrollaron después, también dejó la herencia de ver la vida como un viaje, viajaban los mercaderes, los mendicantes, los estudiantes, los goliardos…. Y casi todos a pie, así que una de las formas que tenía cualquier impúber de llevar a casa algunas monedas era el juego de “La Leche Quemada”, que no era otra cosa que hacerle una casqueta al viajero. Nadie se escandalizaba por esto, el sexo aún no estaba identificado con la moral y la revolución burguesa aún no lo unía al amor. Había niños especialmente educados para el placer de los nobles y eso daba comodidad financiera a la familia. Así lo dicen innúmeras crónicas, por ejemplo, Historia Medii a Temporibus Constantini Magni ad Constantinopolin Deducta, de Cristóbal Cellarius. Lo poco que sabemos de la civilización pre Inca son unas figurillas de barro que muestran prácticas sexuales. No pocas se refieren al placer solitario. Los Aztecas usaban niños y niñas para que les chuparan los testículos mientras fornicaban. Así que no podemos culpar a los escritores de Los Sueños de Onán por no haber llegado más lejos, allá, en lo hondo de la desmemoria está la culpa de estar solos en el amor, la culpa de no ser diestros para obtener la sana compañía para nuestro solaz, la exigencia del deseo que siempre se equivoca y se conforma con la puñeta ¿No lo demuestra así la inseguridad filológica de la palabra designada? Puras dudas e hipótesis sobre la palabra masturbación, palabra que me sirve para recordar lo que dijo una de las más agudas escritoras que haya pasado por este Nuevo Reyno cuando le exigían poner la palabra pene en lugar de otra en un texto: “Esa palabra me suena a discurso de médico pobre, de dispensario de barrio cuando la otra me habla del mástil mayor sosteniendo pesados velámenes sobre mares encrespados que llevan a la tierra donde crece la hierba de la extraña juventud.” 

Ya no hay burdeles en mi pueblo, pudo más la baja económica de los metales que las protestas de la Acción Católica. Ninguna puta se podría ganar decentemente la vida por ahí, pero les aseguro que puñeteros los hay por montones. La única pared de adobe que queda en pie del “Mocambo” es la que dice lo que les platiqué, en derredor se ven los cambios de pintura, los restos de remociones cuando aquello era un sano cogedero y una estruendosa puñeta para el que no completaba. 

Por alguna razón de su retorcida estética, Bernarda, la madrota mayor, matrona que ganara más batallas que el sindicato minero, conservó la lejana herencia de Erasmo para mi recuerdo del Jardín de Afrodita y aquél tiempo en que se comulgaba con sexo inocente y se presumía el derrame manuelero. 

Enhorabuena a este libro que consigna estas arcaicas culpas y deslices, como lo dijo uno de ellos que bien estimo, la chaqueta no es tema de poetas….


Los sueños de Onán. Antología del placer solitario. Compilación de Héctor Alvarado Díaz y Livier Fernández Topete. Monterrey, México. Ediciones Intempestivas, 2011.

Roberto Maldonado Espejo (Santa Bárbara, Chihuahua, 1952)

Vive, al fin, al filo del agua: en La Manzanilla del Mar. Sólo Dios sabe cómo pasó por algunas universidades. Para no convertirse en fósil y para matar el aburrimiento acude a cursos de fotografía quién sabe dónde y se vuelve fotógrafo de AP y FP. Ha estado en múltiples conflictos que no ha retratado y ha fotografiado más guerras domésticas y de cama que de balazos. En sus ratos de ocio -casi toda su vida- escribe y hasta se atrevió a tener una beca del Centro de Escritores de Nuevo León, y diez años después publicó una novela (Martes de carne) digno de cualquier psicoanalista principiante o de alguna mente morbosa que quisiera ratificar las peores groserías. Es posible que ande por ahí un viejo librito con versos de juventud y pecados de escritura… 

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