México: Creo en mí 

Ernesto Hernández Doblas 

Yo soy él y tú eres él y tú eres yo
Y todos somos a la vez.
*
«I Am the Walrus» de John Lennon

Tengo que ver Bardo, me dije. Varias razones me llevaron a ese imperativo, pero en especial, fueron las encendidas críticas que ha recibido la película del cineasta mexicano Alejandro González Iñárritu. Pretenciosa, excesiva y narcisista son algunos de los adjetivos que se han usado para referirse a ella. 

De su filmografía, disfruté Amores Perros, Birdman y El renacido. Esta vez, el trailer de su séptima producción me guiñó el ojo junto a lo mencionado en el párrafo anterior. Aun sin verla todavía, me parecían desmesuradas las consideraciones de quienes haciendo uso de filosas palabras, se le han ido a la yugular a González Iñarritu, atacando no solo a la cinta sino también a su realizador con aspectos personales. 

Eternometraje decepcionante”; “delirante proyecto de vanidad”; “falso autorretrato”; “prodigios técnicos que conducen hacia la nada misma”; “búsqueda autocomplaciente” y “una experiencia entre tortuosa e irritante”, son algunas de las frases que han dejado caer lapidariamente. 

Sin ser ni fan ni detractor del laureado artista, me parece que ha logrado conformar una serie de películas de calidad, en las que busca ser lo más honesto posible además de no quedarse en zona de confort sino que se abre de una u otra forma a la experimentación y el riesgo. 

Nunca se ha encorsetado en los dictados de la industria y aun así ha triunfado en ella en base a varios factores como su talento, los actores que han participado en sus películas, la producción, el trabajar siempre con presupuestos más que considerables y las relaciones en general que ha conseguido tejer en un mundo de alta competencia. 

Desde su primera cinta en adelante ha mostrado cierto estilo en cuanto a la forma de contar sus historias, las cuales gusta de complejizar tanto en su estructura formal como narrativa. Este tipo de apuestas es normal que no siempre logren su máxima potencia o que tomen distancia del gusto general del público.

Bardo; falsa crónica de unas cuantas verdades. Extenso enunciado que propicia la sugerencia e interpretación, a la vez que da coordenadas de lo que bajo su anuncio tendrá lugar. Un “poeta” será el narrador de una falsa crónica que sin embargo, asegura contener unas cuantas verdades. La paradoja, la ambigüedad y el desconcierto están servidos. 

En varias entrevistas, González Iñárritu ha declarado que la cinta en cuestión no es autobiográfica  sino que pertenece a la autoficción, término creado en 1997 por el escritor ruso Serge Doubrovsky. Esto es, se plasman aspectos de la realidad biográfica mezclados con creaciones del subconsciente y la imaginación. Es lo más parecido a un sueño en donde la realidad, sin estar ausente del todo, mezcla y combina elementos de ésta de tal modo que la vuelve Otra cosa. 

Los sueños al igual que el arte no son verdaderos o falsos ni reales o irreales sino que su discurso procede de zonas en donde dichas categorías desdoblan sus formas de presentarse. El arte es el país de las maravillas de lo que es. 

Bardo contiene hechos que han ido conformando la vida del cineasta mexicano que se concentran en su regreso a su país de origen después de poco más de dos décadas. Vemos así sus relaciones personales y familiares, sus relaciones con la historia y aquellas que tienen que ver con el medio televisivo del cual surgió. En todas hay focos de conflicto que a lo largo de la cinta se van resolviendo de un modo u otro. 

Desde cierto enfoque, podría decirse que González Iñarritu decidió hacer un ajuste de cuentas con su vida, un proceso creativo de catarsis, conciencia y transformación que al mismo tiempo aborda elementos de México, su sociedad y cultura. No profundiza en ellos porque no son el tema principal sino el contexto. 

Algunos de los críticos de Bardo aseguran que solo es un ejercicio narcisista y autocomplaciente a la vez que se regodean en comparar la cinta con otras que supuestamente si serían verdaderas obras de arte y a las que lastimosamente el cineasta mexicano no alcanzó a rozar ni con el pétalo de un fotograma. 

La linealidad narrativa se da también de distinto modo. A veces ocurre a saltos, otras en rectitud aristotélica y algunas más por medio de momentos que tampoco se ajustan al orden de pasado, presente y futuro. 

El personaje principal es Silverio Gama (apellido del padre de Iñarritu), reportero investigador y documentalista interpretado con puntualidad por el actor Daniel Giménez Cacho quien logra mostrarnos el viaje interior de Silverio. Su personificación va dando el tono de constante reflexión y autoconocimiento que a veces lleva a la tristeza y otras a una lucidez sin medias tintas. 

Todos los participantes en el filme logran suficiente homogeneidad en la calidad de su interpretación, pero como es lógico, quienes tienen más tiempo de trayectoria llevan el peso y la fuerza requeridas mientras que los demás dejan destellos que sin embargo no desmerecen ni dejan caer el conjunto del filme.

La historia comienza con dos hechos que marcan y enfrentan a Silverio consigo mismo así como con su pasado, presente y futuro: la muerte de su tercer hijo y el premio que recibirá por un trabajo sobre las penurias de los migrantes mexicanos intentando lograr el sueño americano. 

A partir de esas circunstancias se le van revelando una serie de contradicciones: ser un mexicano que logró triunfar en la nación vecina, la cual lo ha recibido pero al mismo tiempo le ha cobrado de diversas formas el permitirle brillar. Ser un reportero que está a punto de ganar un premio gracias a reflejar el duro andar de los migrantes, mismo que él puede mirar desde la comodidad, al pertenecer a una clase privilegiada. Ser un mexicano cuya percepción del mundo está dividida entre dos culturas a las que ni termina de adaptarse del todo ni terminan por hacerlo sentir en casa. 

El síndrome del impostor será una de las consecuencias de este proceso de mirarse en el espejo, al cual lo empujarán también integrantes de su familia, amigos y la realidad misma de un país herido por múltiples aspectos del pasado y el presente comenzando por la llegada del odiado Hernán Cortés, continuando con la invasión norteamericana y pasando por la situación de la violencia en contra de las mujeres. 

Silverio Gama se enfrenta de principio a fin a fantasmas que cruzan la frontera entre lo personal y lo colectivo. La película está cobijada con recursos que la vuelven potente como acto comunicativo. Así entonces, puede apreciarse en su conjunto pero también en sus partes que la hacen memorable. Hay escenas que llevan al espectador de la risa, al asombro y a la congoja. Del melodrama a lo trágico y de la comedia a lo kitsch. 

Algunas de las imágenes son sencillas y sobrecogedoras como la que reúne a la familia en torno a las cenizas del hijo malogrado que son arrojadas al mar y otras hacen alarde de técnica y recursos como la realizada en el Castillo de Chapultepec. Otra escena entrañable es cuando Silverio conversa imaginariamente con su padre o la profunda oscuridad que se cierne sobre el horizonte ante las mujeres asesinadas que a cada paso se multiplican.    

Resulta interesante que de alguna manera González Iñárritu se adelantó a las críticas que recibiría su séptima película. Buena parte de las escenas de inicio, tienen que ver con los comentarios negativos que Silverio recibe a su documental galardonado. Mismos que son idénticos a los expresados por la crítica cinematográfica, especialmente de México. 

A mi parecer, Bardo es el ejercicio introspectivo de un director que sintió la necesidad de desdoblarse en la pantalla y jugar con ideas, imágenes y sensaciones que lo han acompañado a lo largo de los años, especialmente con aquello que tiene que ver con su relación íntima y ambigua con México y Norteamérica. 
Ello lo hace por medio de todos los recursos que tiene a la mano y que ha conquistado a lo largo de un camino que si bien no debe haber sido fácil, está rodeado de éxitos y una filmografía casi impecable. Bardo tiene muchos aspectos que la hacen interesante y disfrutable. Es un collage emocional de González Iñárritu pero que logra tocar a los espectadores que van descubriendo en ella los ecos de un país, un modo de ser, una tragedia y una comedia que padecemos y gozamos por igual. 



Ernesto Hernandez Doblas

Ni la secundaria terminó pero insiste en escribir poemas, ensayos, minificciones y dislates de todo tipo. Ha publicado por obra del azar y las circunstancias algunos libros de poemas. Dar talleres literarios le apasiona porque así puede seguir aprendiendo. Fue novillero en sus años mozos y luego darketo. Actualmente es un embobado abuelo. Como José-José, ha rodado de aquí para allá y en ese balbuceo vital ha participado en una película, tres cortometrajes y algunas obras de teatro. Anduvo unos años haciéndole al reportero, trabajó en gobierno un tiempo así como de empleado en dos tiendas departamentales entre otras actividades, pero la mayor parte de su vida ha ejercido como desempleado. Es adicto a la literatura perversa, oscura y maldita. Ermitaño. Su mantra preferido: «preferiría no hacerlo».

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