Narrar o pulsión por contar historias

Noé Almáguer Zúñiga

Imaginemos que somos comerciantes en plena Baja Edad Media, transportados en un pequeño carromato y que acabamos de llegar a una hoguera a orilla del camino donde otro grupo de personas está congregado para cenar y calentarse. Después de que nos piden identificarnos y corroborar que no somos asaltantes de caminos nos invitan a que nos acerquemos. Durante la velada −ya comidos y entrados en calor por el fuego y las frazadas que traemos encima− un viejo ajado en experiencias echa otro leño a la pira y anuncia que contará una historia −que seguramente no referiría por inverosimilitudes temporales, pero que, de igual forma, va a decir en función y en los límites de estas páginas−. El anciano espera a tener la atención de todos, carraspea, escupe una flema al suelo y comienza:

“En cierta ocasión −cuando era poco menos que un imberbe que no sabía dividir sin hacer rayitas en el borde de la libreta y creía que en todas las sombras rinconeras se ocultaban espectros demenciales− estaba alrededor de una fogata, como ahora, pero acompañado de un par de tíos, mi hermano y mi abuelita envuelta en un reboso. Era la cosecha de elotes y mis tíos asaban algunos. Mientras los adultos hablaban de anécdotas que involucraban una parentela que me resultaba ajena y lejana en el tiempo yo no podía dejar de otear con recelo los umbrales a los que las llamas no alcanzaba a acariciar y ver con cierto acobardamiento las metamorfoseadas sombras que se proyectaban contra un mural de adobe de la granja y contra el fornido tronco del fresno, bajo el que estábamos custodiados. 

“Fue entonces que, para mi maldita perra desgracia, escuché decir a mi abue “por ese entonces fue que vino la bruja, mijo”. Y yo, que además de miedoso era un chiquillo de morbosidad mayúscula, le pedí nos narrara la historia completa. Ella se encaramó hacia nosotros acomodándose el reboso sobre los hombros y contó −no como si estuviera hablando un choro, sino con la solemnidad de los que han tenido los pelos verdes de la burra en la mano− la siguiente historia:

Tenía unos meses de haberme aliviado de tu tía Jauni y aún no la bautizaba. No había luz en la casa. Era sábado y tu abuelo había ido donde su hermano Víctor a ver el box, acá en la casa de a lado. Yo estaba tejiendo con gancho alguna prenda para la bebé y sólo me iluminaba una veladora que había prendido para la virgen sobre el ropero. Ustedes están chiquillos y ya les tocó ver que por aquí pasan las combis y hay más ruido, pero en ese entonces solo se oían los ruidos que los insectos hacen durante la noche, algunos ladridos a lo lejos, el caminar de los gatos en el tejado. Yo estaba muy tranquila tejiendo y pensando, vaya Dios a saber a saber qué cosas, cuando un viento entró por la ventana a mi espalada y apagó la llama de la veladora. Lo más normal del mundo, mijos. Lo malo fue cuando escuché caer algo pesado en las canaletas de agua con las que se regaban los campos. ¿Si han visto las canaletas a unos metros de la ventana de mi cuarto? Bueno, pues ahí escuché que caía algo. Dejé de tejer para escuchar y de nuevo algo se oyó en el agua, como si hubiera salido de un salto, y creo que fue así porque después algo pegó muy fuerte sobre el techo del cuarto. Ahí supe que era la bruja, que venía por tu tía sin bautizar. Y que me pongo rápido a tejer un rosario mientras lo iba rezando. Arriba, sobre las tejas, se escuchaba un graznido de un ave muy fea y cómo arañaba las vigas con desesperación. Yo namás me puse a pedir a la virgen que tu abuelo regresara rápido mientras rezaba muerta de miedo. Sabía que faltaba poco para que estuviera de vuelta. Ya era la hora de que acabara el box. No sé cuánto tiempo estuve ahí escuchando los arañazos, pero no aguanté y salí corriendo a buscar a tu abuelo. Me fui justo por el camino del lado de las canaletas. Como saben ustedes lleva directo al patio de la casa de su tío. Por ahí me fui gritando el nombre de su abuelo, mientras la bruja me seguía entre la nopalera que abarcaba casi todo lo largo del camino, la escuchaba chillar, mientras se movía entre los nopales y las hierbas. Hasta que tu abuelo salió a mi encuentro con el rifle. Entonces lo que haya sido en que se convirtió la bruja se echó a volar y tu abuelo lo persiguió por la orilla del canal. No logró derribarla. 

“No obviaré que esa noche y muchas otras perdí el sueño a causa de este relato. Después de escuchar esa historia de la voz de mi abuela mi miedo a lo paranormal se agudizó y no amainó hasta luego de muchos años, lo que representó muchas angustias y momentos emocionantes en ese trayecto. Porque la vida, aunque parezca que no, aún está llena de secretos y misterios”. 

Ahora alejémonos de este grupo y del viejo narrador y viajemos seis siglos hacia delante en la línea temporal. Es mayo del 2019 y una de las mejores historias adaptadas audiovisualmente en forma de serie llega a su fin tras un década: Juego de Tronos. Después de muchas intrigas, aventuras, épica, guerras y sobre todo muertes, vuelve haber un vacío de poder en Los Siete Reinos de Poniente y se discute quién será digno para sentarse en el Trono de Hierro. Cada uno de los poderosos argumenta las razones por las que debería concedérsele ese privilegio. Hasta que Tyrion Lannister toma la palabra para favorecer a Bran Stark, un joven que puede ver todo el pasado, el futuro y no siente ambición alguna por el poder. Tyrion, dentro de su discurso, dice algo muy importante: No hay nada más poderoso en el mundo que una buena historia. Nada puede pararla. Ningún enemigo puede derrotarla.

Es cierto. Las historias son poderosas y también peligrosas. El hombre por medio de éstas ha engendrado culturas, sociedades, religiones y motivos para seguir existiendo. 

Remontémonos al pasado unos 60 mil años, en la “prehistoria”. Los hombres primitivos han desarrollado una forma de comunicación. Miles de años después existen las condiciones neuroanatómicas para un lenguaje complejo y con él las historias. Y es que la capacidad de inventar y narrar es igual de vieja que el habla. 

Esos hombres contaban lo que les pasaba en su día a día tratando de sobrevivir, luchando desesperadamente contra el mundo basto y desmesurado en hostilidades. Pero esa cotidianidad transformada en palabras no bastaba. Por eso esa vida se distorsionaba con imaginación, con desmesura, con vanidad, con la memoria y las erratas de esta última. Porque de alguna forma había que conseguir y manifestar lo que se añoraba, lo que se apetecía y deseaba. Y esa manera eran las historias. Los cuentos. 

Contar era nutrir esa carente vida, era justificar el entorno lleno de miles de misterios. Contar era encontrar respuestas. Así que dentro de esos cuentos se fundían el más allá, la imaginación y la realidad. 

Fue gracias a las ficciones que el ser humano encontró una forma de hacer comunidad, de fraternizar con la tribu. Además de brindarse a si mismos un sistema que les permitiera dar sentido al caos y los pesares de la existencia, de la muerte y lo que hubiera después de ella. 

Cuando el hombre aprendió a contar historias también aprendió a ser más fuerte, temerario y por consecuencia: más libre. 

Unos abrumadores miles de años después, en el siglo VIII ante de Cristo, por medio un hombre que se encargaba de observar las guerras para luego contarlas, otro que las transcribiera y de una extensa tradición oral –conjunto al que cientos de años más tarde se le reduciría erróneamente con el nombre de Homero–, se escribe el canto épico de la Ilíada. Una historia que sintetiza la condición humana: amor, guerra, dioses, resistencia, ira, gloria, muerte…y machismo. 

Pasados tres mil años Borges diría de ella que es la historia de la ira de Aquiles y la de los hombres que defienden una ciudad cuyo destino ya conocen, una ciudad que ya está en llamas. 

Más adelante, casi mil años después del nacimiento del Chucho más conocido del mundo, una persona desconocida por los historiadores compila cientos de cuentos de diferentes tradiciones, culturas y épocas del Oriente Medio, y en su faena une todas las historias mediante una sola. Surgiendo así el personaje de la mejor narradora de los anales literarios: Sherezade de Las Mil y Una Noches. 

Posteriormente, en 1816 el volcán Tambora hace erupción en Indonesia, expulsando cantidades exorbitantes de azufre que terminaron extendiéndose por todo el planeta. Las consecuencias fueron enfriamiento global, alteración del ciclo agrícola, hambrunas, tormentas bíblicas y el nacimiento de la ciencia ficción.

En Suiza, durante esta catástrofe, el poeta Lord Byron invitó a su casa de verano, Villa Diodati ,−aunque ese año no hubo verano por la nube de azufre− a varias personas célebres y a sus amigos íntimos: el poeta Percy B. Shelley y su entonces amante Mary Godwin. En medio de esa tertulia, en la villa se desató una fuerte tormenta que los mantuvo confinados durante días. Tiempo que amenizaron contando las historias de la época, entre las que iban de terror gótico hasta los misteriosos y espeluznantes experimentos científicos de Luigi Galvani y Erasmus Darwin que pretendían devolver a la vida la materia muerta por medio de descargas eléctricas. Entonces se le ocurrió a Byron la idea de que cada uno escribiera una historia de terror durante el enclaustramiento, dando origen así al nuevo Prometeo, el monstruo producto del doctor Frankenstein y de la pluma de la que después sería Mary Shelley.

Casi un siglo más tarde, un hombre que ha quedado manco por su participación en la guerra de Lepanto y que se encuentra cautivo empieza a escribir, aprovechando las horas de su reclusión, una historia sobre un delirante lector que cree que es un caballero, por lo que emprende una ridícula y heroica aventura que lo termina convirtiendo en “El Caballero de la Triste Figura”. Miguel de Cervantes Saavedra –hidalgo condenado a la miseria– escribía la primera parte de Don Quijote de la Mancha y no tenía idea de que estaba en los umbrales de la eternidad. 

Todos estas historias –las de los primeros hombres, la Ilíada, Las mil y una noches, Frankenstein y el Don Quijote de la Mancha– se conjugan y comunican con la del viejo hablando frente al fuego, con las que les contamos a nuestros hijos, amigos y semejantes. Con las que leemos en nuestras novelas favoritas; con las que vemos en el cine. 

Todas ellas siguen teniendo la misma función que las que se referían esos hombres primarios: intentar ordenar el mundo; darle sentido a ese esencial pálpito y a la sinrazón; amenizar el hastío de la cotidianidad. 

Jorge Luis Borges dijo acerca de este afiche de contar: La gente está ansiosa de épica porque es necesaria para los humanos.

Que forma más inmediata de acercarnos a la épica, que mejor medio de paliar la fatalidad, que modo más latente de llenar la vida –de interpretarla, de sujetarla con las manos para perder y recuperar la lucidez, y así salvarnos de nosotros mismos– que con una buena historia. 

Contar, escuchar, sentir: una manera noble –una manera más– de sobrellevar las horas. 

Imagen de portada: Imagen de StockSnap en Pixabay.



Noé Almaguer Zúñiga

Originario de Irapuato. Estudió en la facultad de Literatura y lenguas hispánicas. Radica actualmente en Morelia, Michoacán. Se dedica a la gestión cultural por medio de la labor libresca, intenta no dar pataleadas de ciego en el campo de la creación literaria. Amante de la novela negra y lee con devoción a Roberto Bolaño y Leila Guerriero. A partir de ahí siente el compromiso de mirar agudamente y narrar lo visto. No disfruta escribir pero sí cuando termina de hacerlo.

Loading

También le venimos ofreciendo:

Danos tu opinión: