Picheta

Rafael Flores Correa

Gabriel Vicente Gahona, alias Picheta, tenía la nariz grande. En uno de sus grabados se dibuja con la narizota colgando como un pene y las fosas nasales parecen testículos. En otro autorretrato lo vemos sentado y sometido por dos tipos, uno de los cuales le extirpa una verruga de la prominente nariz con unas pinzas.

Burlarse de sí mismo es una cosa muy sana, un sopapo al ego para que no ande de crecidito. Este señor Picheta era especialista en eso y también en mofarse de otros, sobre todo si eran políticos o gente poderosa. Desde su revista «Don Bullebulle» se daba vuelo publicando caricaturas mordaces de los gobernantes en turno y de las costumbres sociales de la época. Lo asombroso es que esto sucedía en 1847, varias décadas antes de que José Guadalupe Posada irrumpiera con sus calacas. De hecho, Picheta es el introductor del grabado en madera en México y el precursor de las caricaturas de sátira política.

Éste jocoso dibujante y rocambolesco aventurero nació en Mérida en 1828 y era hijo de un capitán de la marina mercante española que se casó con una yucateca, Salomé Pasos Ceballos. Cuando era joven, Gabriel dio muestras de dibujar muy bien y el gobierno del estado le otorgó una beca para que estudiara en Europa (cosa rara en ese tiempo). Emprendió el viaje, pero quién sabe por qué razones se quedó en Cuba, donde aprendió técnicas de grabado. Solo técnicas, porque la composición, volúmen, perspectiva y todas las reglas del dibujo académico las desarrolló de manera autodidacta e intuitiva.

En 1847, ya de regreso en su querida Mérida, estableció un taller de grabado comercial y también para la enseñanza de los chiquillos aptos para este arte. Desde ahí lideró a otros inquietos veinteañeros como él, para formar la revista Don Bullubulle, en la que estrenó su seudónimo Picheta. La publicación se volvió famosa porque era re divertida y criticona. Gabriel ponía sus ojos y su buril en los pretensiosos catrines y en las damas de pomposos vestidos, en los rijosos de cantina con su machete en mano, en los maridos cornudos, los curas avariciosos, los campesinos harapientos, los demagogos de templete.

El pasquín era adquirido y festejado por los meridanos, sin embargo las autoridades yucatecas se sintieron agraviadas por las constantes caricaturas donde se les ridiculizaba; la gota que derramó el vaso fue el grabado que representaba un desfile de carnaval con los políticos en turno vestidos de diablos. El joven Picheta («ese insolente personaje», dijo el gobernador) fue sometido a reclutamiento forzozso y lo mandaron con las tropas estatales a combatir a los mayas sublevados en la Guerra de las Castas.

Le tocaron tiempos violentos y de gran inestabilidad, como este asunto de una guerra donde los indígenas mayas arrinconaron a los hombres blancos del poder; así también vivió las tensiones entre el gobierno federal y el estado de Yucatán, que deseaba ser una república independiente.

Después de varias escaramuzas y batallas de donde salió ileso, Picheta regresó a Mérida dispuesto a seguir dando lata con su revista. En el primer número de su segunda época, publicó un grabado donde se ve a los oficiales del ejercito estatal huyendo despavoridos a la hora de la batalla. El gobernador mandó cerrar el taller de inmediato y prohibir el pasquín. Entonces el listillo de Picheta fundó otra publicación llamada La Linterna, donde firmaba sus trabajos con una R. Con broncas económicas y acoso gubernamental siguió como pudo durante varios años.

Gabriel Vicente Gahona se dio tiempo para hacer otras cosas: fue presidente municipal de Mérida en 1880, ilustró libros para niños y pintó unos murales en el hoy llamado Pasaje Picheta, en los bajos del palacio de gobierno.

Una enfermedad disminuyó su actividad en los últimos años y murió en 1899, rascándole al cambio de siglo. Su obra y su recuerdo personal se fueron perdiendo. En el mundo del arte, centralizado en la ciudad de México, nunca se le concedió importancia, no obstante de ser el introductor del grabado en México, mucho antes de que se estableciera su enseñanza oficial en la academia de San Carlos. Ya en el siglo XX, su paisano y estupendo grabador Fernando Castro Pacheco, hizo un intento por resucitarlo artísticamente y difundió la poca obra asequible entre sus cuates del Taller de la Gráfica Popular. Se conservan algunos grabados en el Museo de Antropología de Yucatán y otros poquitos en el Museo de la Ciudad, en Mérida, y de vez en cuando se descubre y desempolva un ejemplar de «Don Bullebulle» en algún librero viejo. Es Picheta, una gloria olvidada.

Rafael Flores Correa

Nació de Taximaroa, Michoacán, lugar mejor conocido como Ciudad Hidalgo, Rafael Flores Correa es un pintor y escritor que ya tiene sus añitos, pero con una juventud interior que cada día lo anima a crear más y más. Estudió la Licenciatura en Artes Visuales en la Academia de San Carlos de la UNAM, le dieron clases artistas como Alfredo Zalce, Santiago Rebolledo e Ismael Guardado. Su obra se ha expuesto en Michoacán, Querétaro, Ciudad de México, Medellín entre otros lugares.

Además, Rafa Flores, como le dicen sus amigos, ganó el Premio Estatal de las Artes Eréndira en 2021.

Imagen de portada: El coche o carroza de Gabriel Vicente Gahona

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