Poesía de las cavernas

Ernesto Hernández Doblas

En verdad os digo: algún día, la poesía estará considerada como un arte de las cavernas; actividad propia de seres primitivos. No una forma de darle forma al mundo interior ni de crearle a la realidad espejos de artificio sino un quehacer que convierte a quien lo realiza en una especie en extinción o en un fantasma de tiempos en los que el tiempo era en blanco y negro. 

No tardará mucho en llegar ese momento, caminamos hacia él desde hace varios siglos, aunque los años finales del pasado y los que llevamos del presente, han sido el avance acelerado de tal acontecimiento. La crisis de la poesía es producida en buena medida por la modernidad, el siglo de las luces y el empoderamiento de cierto tipo de racionalidad muy ad hoc para el surgimiento y esplendor del capitalismo. Por encima del valor del ser: el tener. 

Aquí es donde aparece una paradoja: la crisis de la poesía ha sido también la época de sus mejores batallas. Cada vez más relegada desde tiempos de Charles Baudelaire, quien fue uno de los poetas que comenzó a visualizar la caída del estatus de ese albatros que es la figura del poeta y del poema; sin embargo, a partir de ese momento, se gestaron las vanguardias que en buena medida fueron la respuesta jovial, apasionada e inteligente a ese estado de cosas. 

¿Respiración artificial? ¿Hermoso canto del cisne antes de morir? ¿Vida que se intensifica justo antes de caer vencida? ¿Resurrección una y otra vez a pesar de todo? ¿Cadáver de un muerto que goza de cabal salud?   

Quienes dedican su existencia a escribir versos, pagando uno u otro tipo de costos por ello, no desean ese horizonte de final de los tiempos para la poesía. Algunos niegan esa posibilidad o dedican esfuerzos a evitarla o siguen su labor como si no pasara nada, encerrados en soliloquios y sectas. 

Quisieran que la poesía fuera un bien común. Quisieran que la mayoría de las personas tuvieran el interés por acercarse a los jardines del bien y del mal en donde se siembran y cuidan las flores de la palabra. Quisieran que no solo fuera leída sino que formara parte de una forma de estar vivo al alcance de cualquiera que dirigiera su sed hacia ese río. 

Sin embargo, estoy convencido de que algún día, la poesía, y todo lo relacionado con ella, será visto como un quehacer propio de mujeres y hombres de las cavernas. Hay quienes consideran -en otro alarde de romanticismo-, que mientras exista eso que nombramos cuando nombramos a lo humano, habrá quienes dediquen su aventura vital a hilvanar modos de nombrarlo. 

Podrá no haber poetas; pero siempre habrá poesía, escribió el poeta y narrador español Gustavo Adolfo Bécquer, apuntando con ese aserto a la cualidad poética de la realidad en general que no necesitaría de poetas ni de escritura para existir. Asunto idealista y por lo mismo discutible a estas alturas del descenso humano. La Caída tiene aún mucho abismo por cruzar.

La obra de los poetas es asunto del interés de unos cuantos, y no creo que exista ningún tipo de estrategia efectiva para revertir esta circunstancia, porque su origen es más profundo que circunstancial. 

El origen de la penuria que vive la poesía está en el imperio de un tipo de racionalidad que hace a un lado, aquello que forma parte de los principales valores de lo poético. Ese tipo de racionalidad se contrapone a la poesía, y a su vez ésta, es una guerra de guerrillas frente a los rígidos dictados de la razón occidental.

Ambas, se desarrollan en el habla, de modo distinto. Una, es instrumental por sobre todas las cosas, fija reglas y condiciones, plantea jerarquías y orden. La otra, desea ante todo, una forma de comunicación que vaya más allá de cualquier límite impuesto. Ama los vuelos de la imaginación, los laberintos, el vagar, encontrar sentido en lugares no sospechados e incluso se goza en hacerlo volar por los aires.

Siendo las palabras aquello que de manera más constante y significativa va con nosotros -es nosotros-, las predisposiciones de la cultura en cuanto a éstas, dan como natural resultado, que la mayoría de los hablantes, perciban el trabajo de los poetas como lejano e incluso inhóspito. Incluso insípido. 

La situación se vuelve más grave y profunda por el constante bombardeo de estímulos, que desde hace por lo menos tres décadas, se ha venido acelerando en el mundo. Han venido acelerando el mundo. Han venido haciendo del mundo una inmóvil aceleración en el vacío. 

Estímulos sobre todo de carácter visual, tecnológico y emotivo. Esas tres características forman parte del nudo con el cual se ahoga o inhibe al desarrollo de las cosas que requieren tiempo, paciencia y contemplación. Las razones por las que se nos ha querido absorber en un espacio así son variadas, pero todas tienen relación con la marcha acelerada del consumismo, el imperio de la materia, la dictadura de lo espectacular.

Mientras tanto, el mundo seguirá avanzando hacia el ahogamiento de las posibilidades de la conciencia, de la imaginación no instrumental así como hacia la profundización de la hipnosis colectiva, lejos de las cosas que nos conectan y comunican individual y comunitariamente.

No se piense tampoco que quienes escriben y difunden el quehacer poético están extensos de responsabilidad. De muchos modos fueron haciendo de su labor un sitio encerrado en torres de marfil y lenguajes alejados de la vida. Witold Gombrowicz, escritor polaco, desnudó parte de los mitos y falsedades del universo de la poesía en su breve pero demoledor ensayo Contra los poetas

“Perfeccionamos el arte con pasión, pero no nos preocupamos demasiado por la cuestión de hasta qué punto conserva todavía algún vínculo con nosotros. Cultivamos la poesía sin prestar atención al hecho de que lo bello no necesariamente tiene que “favorecernos”. De modo que, si queremos que la cultura no pierda todo contacto con el ser humano, debemos interrumpir de vez en cuando nuestra laboriosa creación y comprobar si lo que creamos nos expresa”.

Todo lo relacionado con la poesía seguirá existiendo durante algún tiempo más como una pequeña llama que se sigue llevando de mano en mano, en una caverna cuya salida, ha sido clausurada. Una pequeña llama que ante la falta de oxígeno, tarde o temprano, terminará apagándose para siempre.


Imagen de portada: Pexels de Pixabay


Ernesto Hernandez Doblas

Ni la secundaria terminó pero insiste en escribir poemas, ensayos, minificciones y dislates de todo tipo. Ha publicado por obra del azar ylas circunstancias algunos libros de poemas. Dar talleres literarios le apasiona porque asi puede seguir aprendiendo. Fue novillero en sus años mozos y luego darketo. Actualmente es un embobado abuelo. Como José-José, ha rodado de aqui para allá y en ese balbuceo vital ha participado en una película, tres cortometrajes y algunas obras de teatro. Anduvo unos años haciéndole al reportero, trabajó en gobierno un tiempo así como de empleado en dos tiendas departamentales entre otras actividades, pero la mayor parte de su vida ha ejercido como desempleado. Es adicto a la literatura perversa, oscura y maldita. Ermitaño. Su mantra preferido: «preferiría no hacerlo».

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