Poeta Uandaricha

Ernesto Hernández Doblas 

«Los hombres y mujeres aunque mueran/van cantando»
*
Alberto Portillo Ambriz

I

Alguna tarde o noche de mis desmemorias, mi corazón dispuso su brújula en disposición a la poesía. Lo recuerdo sin recordarlo. Era niñez setentera mi calendario. Lo que sí recuerdo –creo- es la contundencia y naturalidad con la que arribó esa musa de luna. Hace tiempo ya de aquello; hace tiempo detrás de la ventana que soy. Juro que miento cuando digo: parece ayer. Era otro tiempo el pulso de mi guitarra -niña también- con sus cuerdas para ahorcarse a solas cantando una canción de tumba. 

II

1986 llegó. Andaba entonces la vida en ecos de pasodoble cuando encontré una voz inconfundible. Grave voz pero de tierna agua Tzaráracua y en batallas de verso a verso. Grave pero enamorada: en amor de hada. Voz poema. Voz en rima sin esfuerzo sino en un puro ir y venir de oleajes. Verbo a juego y fuego. Una voz al sonoro rugir del corazón pero también una voz como estilo personal de ser, estar y actuar y por supuesto: escribir. Firmaba esa voz Alberto Portillo Ambriz, nacido en la ciudad de Uruapan del Progreso un 13 de agosto de 1950. Yo venía queriendo hacer de mis versos algo más que un desahogo y un refugio a la intemperie para estar a solas. Venía buscando un nombre propio, no aquel que me fue impuesto al llorar la luz, sino uno labrado en talleres íntimos de alquimia. Y es que desde que tuve uso de sinrazón, encontré semillas de mí en renglones de libreta, que llenaba de pasión y balbuceos, con pretensiones de poema. Y así anduve, hasta que érase una vez una tarde o casi noche -no lo sé de cierto, lo supongo- tuve frente a frente a un poeta en mi horizonte. Me refiero a mí y me refiero a él. 

III

Alberto Portillo me impresionó antes que por su poesía por su figura de torero urbano y su postura frente a las cosas. Es decir, el modo que desde entonces tiene de vivirse poeta. Toda ocupación en la que el ser humano coloca sus días y sus más intensos desvelos, le va moldeando el hacer y el ser. Pero únicamente si de verdad firma con ella un contrato del espíritu. O el alma, igual que en esos convenios con el diablo sin los cuales nada bueno y grande es posible. De lo contrario es visible cómo los seres transitan por la vida en tonos de gris y amargura, buscando a quien culpar y cómo desahogar el nudo en que se ataron o se dejaron atar. Pero no se piense que vivir así es fácil. No lo es de ninguna manera, pero cuando se han elegido o se ha dejado elegir por fuerzas que nos empujan a los reinos de la imaginación, lo pasional y lo laberíntico, la vida entonces se vuelve una aventura errante y abismal. 

        Desde la primera vez que tuve la oportunidad de conversar con el poeta acunado por el Cupatiztio, me iluminó su presencia, su voz y el absoluto amor a la poesía hecho carne y hueso en su potencia vertical. No es fácil encontrar una locura de ese tipo en este mundo tan cuerdo hasta la patología del ser y no ser. Tan lleno de intereses materiales hasta la pobreza. Tan falto de poesía que hiede. Sin embargo, todavía existe la posibilidad de tener encuentros afortunados con personas como el poeta que se inició en los talleres literarios del maestro Tomás Rico Cano, también uruapense, en la Casa de la Cultura de Morelia. No es que Alberto Portillo escriba poesía sino que la vive, porque toda su existencia gira en torno a ella. Es por eso que una de las características de sus textos, es la verdad humana y poética. Lo verdadero. Lo que no tiene maquillajes. Lo que se trabaja con paciencia y esfuerzo pero nunca desde la mera literatura sino desde la base profunda de la forma en que palpita el alma. Resplandecen de inmediato sus versos ante los ojos de los lectores. Más allá de otras consideraciones, van cargados de humanidad y por lo tanto de empatía. Son el recorrido por aquello que nos duele. Que nos cimbra. Poemas humanos como los que escribiera uno de sus referentes, el poeta César Vallejo. En esa manera de escribir con la camisa desabrochada, descubrimos que a pesar de las muchas diferencias que parecen desunirnos y arrojarnos a nuestra propia esquina a solas, en realidad nos tejen finísimos hilos de ternura y rabia, de compasión y esperanza, de pesadillas y sueños. Ahora bien, es cierto que la poesía de Alberto Portillo Ambriz tiene esa fuerte carga de emocionalidad, pero sin que signifique que a la par no sea una escritura trabajada con paciencia, técnica y esfuerzo. Dan cuenta de ello sus imágenes luminosas de originalidad y su forma de expresión absolutamente particular. Lleva su huella en cada línea. 

IV

«Marchemos por las calles sin servicios/llevemos las canastas del infierno/al dueño del universo prestado/y que el urbanismo de la tierra/pague su propio taxi».
*
(Nuevo boleto para el servicio humano). 

V

Existe otra vocación en Alberto Portillo Ambriz aunque no desarrollada del todo y ésta tiene que ver con las artes visuales. Algunos dibujos, pinturas y collages han sido dadas a conocer por él de manera ocasional. Pero sin duda, esa mirada suya de pintor y dibujante está más que desarrollada en su labor poética, mediante imágenes poderosas que ha ido afinando al paso de las poco más de tres décadas que lleva en el arte del verso. Imágenes que sorprenden, visionarias y originales, revitalizando así la capacidad de ver de quienes nos ponemos frente a ellas. Con esa difícil facilidad además, de quien ya domina esa capacidad de sueño lúcido. El trabajo dentro de la plástica del poeta nacido en Uruapan aunque no tiene la contundencia del textual, se inscribe dentro de su misma temática: lo cotidiano, los ambientes urbanos y rurales, el asombro ante los pequeños y grandes detalles de las comunidades indígenas y las luchas de resistencia que en dichos espacios se llevan a cabo. Además de que muestra su vitalidad como creador, su búsqueda incesante de artista que se abre a la vida que le tocó vivenciar y la refleja con pasión de enamorado. 

VI

«Árboles de sombra podada/por un beso que se entrega/a lo largo de cien vueltas»
*
(Plaza de Copándaro)

VII

Algo que mantiene jovial a la escritura de Alberto Portillo Ambriz, es su constante experimentación con el lenguaje, con las palabras, con gramática y sintaxis. Escribir en esa especie de lengua extranjera dixit Marcel Proust. Haciendo así lo que pedía Octavio Paz con las palabras: azotarlas, cogerlas del rabo, sorberles el tuétano y la sangre y demás violencias para que se “traguen todas sus palabras”. Amor apache para que nunca pierdan su brillo de vírgenes suicidas. Es verdad que ya se ha hecho de una voz propia; inconfundible, pero parte de esa conquistada voz, la ha logrado precisamente a partir de su íntimo laboratorio de versos. En constante ebullición, trabaja y afina una y otra vez su decir, para encontrar de manera Inevitable la magia y la sorpresa de la imagen, el giro lingüístico o la renovación desde el habla popular. Lo que puede decirse respecto a la temática de sus poemas, es que sobre todo gira alrededor de algunos aspectos a los que una y otra vez regresa. Es parte de la profunda fidelidad del poeta, a sus orígenes, a su andar, a sus desvelos. Aparece entonces una paradoja que bien se complementa: vanguardismo en su decir y conservadurismo en su temática. La forma viste ropajes de marzo y el fondo se asienta en su raíz primera. La ciudad como espacio de goce y resistencia colectiva, los pueblos originarios como surtidores de las fuentes fundamentales de una eterna jovialidad, los paisajes como cuadros que el poeta reconcentra y recompone, así como un erotismo adolescente y maduro por partes iguales, son los principales asuntos que ha elegido Alberto Portillo para expresarse. De manera especial está su maravillosa necedad de andar cerca de todo movimiento social que considere justo y colectivo. Especialmente aquel nacido entre gritos de pobre y anhelo de justicia. La protesta es en su poesía boleto seguro. Mostrando los anhelos de hombres y mujeres a los que se une en el recorrido de un mitin entre versos y la libertad de páginas en blanco. 

VIII

«Lago, horizontada flor/anaranjadas tardes/de cempasúchil/tiñen la ribera/y de barro sus techos/tejen tejas/primaveras de colores/veranos de sabores/ensimismadas/fechas de fiesta viven/el mandil purépecha».
*
(Desolado lago)

IX

Puño en alto, Alberto Portillo Ambriz, a sus 73 años está más joven que siempre, y lejano al mundo literario y su feria de vanidades, se entrega una y otra vez, como un niño maduro, a la utopía posible de seguirse haciendo poeta al andar. Larga vida a quien hace mucha falta para recordarnos que poesía no es mera escritura sino vivencia diaria, alquimia del alma, texto de sangre y huesos.






Ernesto Hernandez Doblas

Ni la secundaria terminó pero insiste en escribir poemas, ensayos, minificciones y dislates de todo tipo. Ha publicado por obra del azar y las circunstancias algunos libros de poemas. Dar talleres literarios le apasiona porque así puede seguir aprendiendo. Fue novillero en sus años mozos y luego darketo. Actualmente es un embobado abuelo. Como José-José, ha rodado de aquí para allá y en ese balbuceo vital ha participado en una película, tres cortometrajes y algunas obras de teatro. Anduvo unos años haciéndole al reportero, trabajó en gobierno un tiempo así como de empleado en dos tiendas departamentales entre otras actividades, pero la mayor parte de su vida ha ejercido como desempleado. Es adicto a la literatura perversa, oscura y maldita. Ermitaño. Su mantra preferido: «preferiría no hacerlo».

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