Ramón Méndez Estrada: Epístola al Pátzcuaro

Ramón Méndez Estrada

Y no decir: mañana,
porque ya basta con ser flojo ahora.
Julio Cortázar

Gustavo:
acuérdate que Pepe decía
«mañana, Llorona, haré un poema sumamente prolongado/
pero mañana, Llorona, porque ahorita me estoy
cayendo de sueño»; la abuela seguía diciendo
que no se dejara para mañana
lo que se debía de
                hacer hoy,
a su manera de ver podía más el «deber» que el «poder»,
y ahí nos tenía a todos procurando no dejar para mañana ,
pero ya se venían acumulando cositas desde hace muchos años
atrás; acuérdate de lo fácil que pretendíamos todo:
mucho te costaría abandonarlo si decidieras venirte,
acá los acontecimientos suceden con más frecuencia
pero también pertenecen a una misma rutina, a una misma
ruina.

a veces me da la loca de evocar las tardes caferianas
cuando salías ya casi sin tiempo
para violetar lo último que te sobraba del día:
así te curabas de la joda de una ciudad tan pequeñita;
sólo tenías dos cosas que hacer:
ir al café (ir limpiamente, tú y yo no andábamos
haciendo la revolución
                desde allí, ir a violentar más tarde,
si no ¿cómo ibas a contrarrestar
el mundito comemierda en el que nos
                hundíamos como las piedras
en el río café que pasa
por la orilla 
                del pueblo?

ya te digo, trabajo te costaría desprenderte de ese pedacito
de tierra donde el sol cae pesado y parejo
y apenas tienes tiempo y modo de enterarte del acontecer
nacional; ya ves, a mí me cuesta trabajo aceptar
el fusilamiento de Julio López*,
más cuando está de por medio el Cuidador de Ovejas,
el Benemérito de las Américas de cuerpo presente,
y porque sólo teníamos veinte treinta centavos
para gastar en la escuela
más podíamos llegar a ser presidentes como él;

con decirte que ayer estuve platicando con Rubén
pero sigo estando tan sordo que apenas pude
escuchar la mitad (o menos)
                 de lo que dijo;
entonces me dio por tener lástima de mí:
me ha costado empezara quererme y a ser serio conmigo
pero a medida que los días se sucedes
me voy quejando y desquebrajando
al grado de no ir a la escuela, de no leer los diarios
y casi no leer libros
                 tampoco,
entonces ¿de dónde sacar todo?,
si cuando estoy despierto me la paso
                borracho
y ahora tomo más café que aquellas tardes…

seguramente pensarás:
«éste ya se echó a perder por completo»,
y puede ser cierto,
al levantarme empiezo una guerra fría
entre la multitud que me avienta
                y me abarata como un objeto de subasta,
me sigo rehusando a pertenecer a todos ellos,
para mal mío, sin embargo,
porque de qué te sirve ser separado y sentirte inteligente
cuando tus armas reales llegan mucho más cerca
de lo que tu imaginería 
                 para las letras de ficción,
porque de qué te sirve todo sin convicciones,
de qué lanzarte a fondo si el logro más grande es un panzazo
antes de llegar
                a la alberca;

seguramente pensarás que me eché a perder por completo,
ahora ni siquiera te puedo mandar un corazón
con olor a pasto diciéndote:    
                «es un poema»;
ya no escribo poemas desde la última vez
que me criticaron en el taller,
me dijeron que seguía siendo muy mal poeta,
que no sabía llegar al final de nada
y que mucho menos podía sostener
                mis posiciones,
bueno, que ni siquiera posiciones tenía;

te venía diciendo el trabajo que
te costaría desprenderte de aquello,
a mí me ha costado tanto que si te platicara
dirías: «éste va de mal en peor»,

como era habitual que dijeras cuando te enseñaba
mis poemas enfermos de
                 neruditis aguda…
sí, así dirías…
y a tí también te costaría trabajo olvidar, aprender.
tendrías que brincarte por encima
de los generalísimos los principales los
               eximios,
bricarte por encima del acartonamiento
de toda una forma de vivir
                                                                          de creer
                                                                          de estar aquí y
                 no donde se quedaron Julio López y Zapata
—entre  la siembra y los
                  balazos;

acuérdate como no te importaba mucho que
el día se te acabara violetiando
sin que lograras nada de lo que en la mañana te habías
propuesto…
pero al llegar acá uno ya no se propone nada,
viene uno cansado del camino y del polvo
que afuerza de tragártelo te
                llega la boca como llena de lodo,
incondicional de la nada,
ya ves, no he tenido valor de contarte lo que
sucedió hace dos semanas,
tengo la barba crecida desde entonces
y dicen que algunos todavía siguen presos;
ya cuando platicaba contigo
había algunos llenando parte de las celdas
que conocimos porque tú me
                 ibas a visitar
y era cuando más coraje teníamos
—seguro tú no te volviste a parar por aquel lugar
de amarguras y lento
                tiempo, como solíamos llamarlo;

trabajo te costaría,
me ha costado para quitarme las máscaras,
para hacer mi denuncia y 
                  tener un poco de todo,
mas la verdad, Gustavo, hace tiempo que
no me acuesto con ellas, las tomo y las lustro,
les invito un vino dos sin emobrracharlas
y se me van vivitas, ilesas, irrecuperables,
y después viene la joda de estar solo,
de saber que uno nunca ha hecho
                 nada bueno nada malo, y es lo peor,

a este grado no puede ser ya sino la impotencia,
miedo a enfrentarse a lo externo y a lo interno,
es lo peor y seguirá siendo peor mientras queramos:
cada país tiene la prensa que se merece
la poesía que se merece:
no bastaría con suspender la dotación de papel,
escribiríamos en amate o en las paredes,
sería necesario escribirlo
y al fin y al cabo se entendería porque sería una necesidad;

trabajo te costaría deshacerte del café y de Violeta
—aquella muchacha
                 morena que siempre sonreía aunque
se estaba muriendo,
y cuéntame que pasó con aquella otra muchacha
—Silva— que anduvo
       embarazada muchos meses por las mañanas del bosque
y si salió Salvador o si lo mataron
—lo iban a matar según supe entonces,
y si te vas a venir o no,
pero ya te digo cómo se pone acá la cuestión:
se tiene que fajar uno para tener muy poco de todo,
de ser el mejor poeta del mundo
pasa uno a la galería y a veces hasta te quedas fuera
de la primera función,
 y te vas por allí a inventar tu propio western,
a inventar utopías con palabras cepilladas y acomodadas,
porque acá ya está mucho más cabrón ser vocero de algo,
te vas llenando de tí mismo como si no hubiera más cosas
y uno mismo es tan pobre
que acabas por desesperarte y pensar que es lo mejor,
y acabas por escribir una carta ni más ni menos como ahorita:
sin ser capaz de denunciar nada de nadie a nadie,
sin hablar de uno mismo con los calzones en la mano
y la lengua rasurada:
acá si no los tienes te los ponen para que tus palabras suenen
                ensordecidas, acojinadas y bonitas/
prohibido hablar de política y de sexo
—y a ti tanto que te gustaba hablar de
                  Violeta y de la revolución que fermentaba
                  en todos lados, «va a haber vainas»,
                  decía la gente, y nosotros
                   la secundábamos en el café haciendo
                   poemas becquerianos—,
prohibido escribir la palabra verga/
y así más o menos (más más que menos) están
por acá las vainas,
si te decides avísame,
me saludas a Violeta, al Mendoza y a otras personas
que se acuerden de mí,
estudia para que no te quedes de pericoperro como decía
la abuela,

                 como yo…
                                      Ramón


*Julio López Chávez, a principios de 1868, encabezó un levantamiento armado en Chalco, Estado de México; en abril del mismo año lanzó su Manifiesto a todos los oprimidos y pobres de México y del universo, en el que se proclamaba socialista. Tomó haciendas y las repartió. Fue aprehendido; lo fusilaron el 10 de julio de 1868.

Ramón Méndez Estrada (Ciudad de México, 1954 – Morelia, 2015)

Fue poeta, ensayista, narrador, cuentista y periodista. Cofundador del Movimiento Infrarrealista (junto a escritores como Cuauhtémoc Méndez, Mario Santiago Papasquiaro, Roberto Bolaño, Bruno Mntané y José Vicente Anaya).

Estudió Letras Hispánicas en la UNAM y Lingüística en la ENAH. Trabajó en los diarios: El Nacional, El Financiero, La Voz de Michoacán, El Cambio, entre otros y fue militante de la Liga Socialista, también conocida como Liga Leninista Espartaco, fundada por José Revueltas, en 1960.

Entre sus obras publicadas: El paso de los días (Praxis/Dos Filos, Universidad de Zacatecas, 1989), Al amanecer de un día dos lagartija (Al este del paraíso, 1996), Tzitzilin y otras lecciones del lado moridor (Secretaría de Cultura del Estado de Michoacán, 2088), La edad doarada (Startpro, 2009), Cabiria (La Ratona Cartonera, 2009), Tonadas ágiles para sonreír en voz alta (CONACULTA, 2013). Sus poemas también forman parte de las antologías Hera Zero. Los broches mayores del sonido, preparada por el poeta peruano Tulio Mora y publicada en 2009 por el Fondo Editorial Cultura Peruana; Perros habitados por las voces del desierto, selección, introducción y notas de Rubén Medina, publicada por Aldus en 2014, y por el Fondo Editorial Cultura Peruana en 2015; Anuario de poesía 1990, Instituto Nacional de Bellas Artes. Buena parte de su obra permanece inédita.

Hasta su fallecimiento, el 13 de mayo de 2015, impartió cursos y talleres en Morelia («Se hacen y recomiendan versos», advertía el anuncio en la fachada de su casa).

Imagen de portada: Wendy Rufino.

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