Vampiro filósofo

Ernesto Hernández Doblas 

¿Quién me ha ordenado gobernar la noche
con esta eternidad a cuestas?

Santa Sabina

Las mejores ideas –escribió Friedrich Nietzsche- ocurren andando. Las reminiscencias de esto vienen por parte de Aristóteles y los alumnos de su escuela peripatética, quienes filosofaban mientras caminaban. El pensamiento es nómada o no es. Pensamiento es cuerpo en movimiento. Nada que se relacione con cubículos ni becas a cargo del erario. 

Por supuesto que la frase puede entenderse en dos sentidos: literal y metafórico. El filósofo alemán realmente gustaba de dar largos paseos durante los cuales agitaba la caja de Pandora de su mente. Pero también quiso decir que el pensar filosófico no puede ser si permanece quieto, si se vuelve sedentario, si se aquieta en dos o tres certezas alrededor de las cuales gira como un perro tras su cola.

“Se hace camino al andar” escribió el poeta español Antonio Machado. Ni caminos ni pensamientos existen por sí mismos: hay que cosecharlos haciendo surco. Ahora mismo, veo con la imaginación esa fotografía del filósofo alemán Martin Heidegger quien gustaba de ir dejando huellas en el campo. Él está de espaldas a nosotros: se aleja para internarse y traernos frutos del relámpago de regreso. 

Quienes también llevaron a la práctica este asunto del cuerpo en movimiento para tejer ideas y hacerlas cuerpo, fueron los filósofos de la escuela cínica de la Grecia Antigua durante la segunda mitad del siglo IV a. C. Para ellos, al igual que para ciertas corrientes del budismo zen, más que elevar las reflexiones hasta el cielo, se trataba de construirlas en y junto a la vivencia del aquí y ahora. 

De entre los más destacados de dicha escuela está Diógenes de Sinope, quien al igual que sus demás compañeros, hizo de su vida un reflejo de un pensamiento que como marca distintiva llevaba la transgresión, el cuestionamiento y burla a muchos de los dictados de la sociedad y la cultura.  

Ahora trasladémonos a Sibiu, Transilvania en 1933. Es de madrugada. La luna ilumina pero no delata a los personajes que aprovechan las sombras para desnudarse de las convenciones cotidianas. Prostitutas, vagabundos y perros, comparten el espacio en una sincronía ordenada por el diablo. 

Nada mejor que ese ambiente para el surgimiento de una filosofía paradójica que navega líricamente entre lo vital y lo pesimista, lo pasional y lo que se forma en las meditaciones de la lógica. Una filosofía hecha de borbotones, relámpagos y exabruptos.  

Sigamos caminando en aquel paisaje hasta encontrarnos de frente a un joven taciturno de veintidós años. A ese joven le queda perfecto esa parte de la canción del argentino Gustavo Cerati que dice: “Nadie sabe de mí y yo soy parte de todos”. Aquel rumano tiene bastante parecido físico y anímico con el personaje principal de la película Eraserhead, el que a su vez tiene semejanzas físicas con el director de la cinta: David Lynch. 

Fue 1977 cuando se estrenó el primer largometraje de un director que sin duda en algunos aspectos podría decirse influenciado por aquel joven que caminaba las madrugadas a sus veintidós años en Sibiu, Transilvania en un lejano 1933. Lo haya leído o no, el pensamiento de aquel filósofo en ciernes colorea de negro luminoso la poética de Lynch. 

Pero no se vaya a pensar que las caminatas del rumano eran las del ocio y la disipación. También había eso en su vida de aquella época, pero algo siniestro había tomado a su corazón por asalto, algo pesado y oscuro que lo llevaba al insomnio constante y de ahí a las ideas cada vez más poderosas que lo pondrían en el umbral de terminar con su vida. 

“El insomnio es una lucidez vertiginosa que convertiría el paraíso en un lugar de tortura” dejó escrito Emil Cioran en el prólogo de su primer libro “En las cimas de la desesperación”, producto de los paseos a ras de abismo que al mismo tiempo que le consumieron la vida se la intensificaron. 

Las paradojas no habrán de parar durante toda la vida de Cioran ya que dicho texto, pleno de imágenes, conceptos y aseveraciones amargas, se publicó en Rumania en 1934 y fue galardonado con el Premio de la Comisión y el Premio de Jóvenes Escritores. El rebelde radical recibe un premio a su rebeldía. 

A partir de ahí seguiría produciendo libros en ese mismo sendero hasta conformar una obra que lo posiciona entre la lista de los escritores malditos, en similar tradición que ocupan autores como Charles Baudelaire, Arthur Rimbaud, Georges Bataille e Isidore Lucien Ducasse entre otros.  

“En las cimas de la desesperación” plantea lo que habrá de ser la base del pensamiento de Emil Cioran. Sus reflexiones no se dan en la frialdad de un ejercicio abstracto y académico sino en el movimiento telúrico de una vivencia en donde la exaltación, el caos y el nihilismo forman un triángulo virtuoso.  

La complejidad de este y sus demás trabajos no es la de la utilización de conceptos crípticos o lenguajes intrincados. Sin llegar a lo coloquial, su forma de expresión se mantiene bajo la necesidad de expresar con cierta claridad, una experiencia interior y a la vez la dificultad de acercarse plenamente a ella. 

La densidad proviene tanto de los temas que aborda como del sitio radical hacia donde los conduce. No se permite concesiones en cuanto a esos dos aspectos. Es como un hombre que desciende al abismo y va relatando su trayecto aunque el aire esté viciado y la respiración se le dificulte. Por eso su escritura se da en ritmos de asfixia.  

“Yo no puedo aportar nada al mundo, pues mi manera de vivir es única: la de la agonía” nos dice el autor cuyo pensamiento en más de un aspecto se relaciona con el del filósofo francés Georges Bataille quien en su libro “La experiencia interior” escribiría que “El espíritu se mueve en un mundo extraño en el que coexisten la angustia y el éxtasis”.

Ambos autores conocieron desde temprana edad el furor que provoca el pensamiento cuando no tiene miedo a ir precedido de la fiebre y el desasosiego. Ambos descubrieron pronto que su pensamiento excedía y se incomodaba en ese espacio delimitado por la palabra filosofía. Ambos, al igual que un torero, encontraron lo más intenso y verdadero de la vida en las cercanías del riesgo y la muerte. Ambos se negaron a la mera abstracción donde la subjetividad busca borrarse o en todo caso hicieron el camino inverso: llegaron a lo abstracto a través de un cuerpo propio. 

Esto último es una de las razones por las que Cioran habla de y desde sus enfermedades. El llanto, el crujir de dientes y un profundo sentimiento de que todo es un absurdo, comenzando por el nacimiento, hacen que su filosofía tenga el aspecto de un largo pantano de sombras por el que sus lectores aceptamos cruzar. 

Y si lo hacemos, en parte se debe a que después de leerlo, cuando sus verdades amargas se han asentado en el fondo de nosotros, descubrimos que la existencia se nos revela con mayor plenitud. Con esa sensación que debió de sentir Noé posterior al diluvio. 

Lo que logra Emil Cioran en cada uno de sus textos es una especie de vaciamiento de verdades aceptadas que no eran sino ficciones. Si Friedrich Nietzsche usa el martillo para esa labor, el rumano lo hará mediante relámpagos a medianoche que van fulminando las mil y un apariencias con las que se construyen los escenarios de lo diurno. 

Es por eso que al terminar de leerlo, la mirada ha sido curada de miopías tranquilizadoras y entonces todo aparece como es: brutal, salvaje y al mismo tiempo lleno de una ternura y luminosidad que renuevan su amistad con lo humano. 

“En las cimas de la desesperación” es el trabajo de un hombre que hipérbole en mano desea en el fondo sanear la vida aunque sepa lo imposible e insensato de su empeño, por eso escribe como si cada línea fueran sus últimas palabras: “¡Lástima que no pueda yo hacer agonizar al mundo entero para purgar de raíz la vida!”. 

Imagen de portada: Erich Röthlisberger en Pixabay



Ernesto Hernandez Doblas

Ni la secundaria terminó pero insiste en escribir poemas, ensayos, minificciones y dislates de todo tipo. Ha publicado por obra del azar y las circunstancias algunos libros de poemas. Dar talleres literarios le apasiona porque así puede seguir aprendiendo. Fue novillero en sus años mozos y luego darketo. Actualmente es un embobado abuelo. Como José-José, ha rodado de aquí para allá y en ese balbuceo vital ha participado en una película, tres cortometrajes y algunas obras de teatro. Anduvo unos años haciéndole al reportero, trabajó en gobierno un tiempo así como de empleado en dos tiendas departamentales entre otras actividades, pero la mayor parte de su vida ha ejercido como desempleado. Es adicto a la literatura perversa, oscura y maldita. Ermitaño. Su mantra preferido: «preferiría no hacerlo».

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